Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta última Audiencia Jubilar del sábado consideramos un aspecto importante de la misericordia: la inclusión, que refleja el actuar de Dios, que no excluye a nadie de su designio amoroso de salvación, sino llama a todos. Esta es la invitación que hace Jesús en el Evangelio de Mateo que acabamos de escuchar: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados». Nadie está excluido de esta llamada, porque la misión de Jesús es revelar a cada persona el amor del Padre.
Por el sacramento del bautismo, nos convertimos en hijos de Dios y en miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por eso, como cristianos, estamos invitados a hacer nuestro este criterio de la misericordia, con el que tratamos de incluir en nuestra vida a todos, acogiéndolos y amándolos como los ama Dios. Así evitamos encerrarnos en nosotros mismos y en nuestras propias seguridades.
El Evangelio nos impulsa a reconocer en la historia de la humanidad el designio de una gran obra de inclusión que, respetando la libertad de cada uno, llama a todos a formar una única familia de hermanos y hermanas, y a ser miembros de la Iglesia, cuerpo de Cristo.
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