Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Cuántas veces, durante estos primeros meses del Jubileo, hemos escuchado hablar de las obras de misericordia! Hoy el Señor nos invita a hacer un serio examen de conciencia. Es bueno, en efecto, no olvidar nunca que la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida: una persona puede ser misericordiosa o puede no ser misericordiosa; es un estilo de vida. Yo elijo vivir como misericordioso o elijo vivir como no misericordioso. Una cuestión es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando las palabras de Santiago apóstol (cf. 2, 14-17) podríamos decir: la misericordia sin las obras está muerta en sí misma. ¡Es precisamente así! Lo que hace viva la misericordia es su constante dinamismo para ir al encuentro de las carencias y las necesidades de quienes viven en pobreza espiritual y material. La misericordia tiene ojos para ver, oídos para escuchar, manos para levantar…
La vida cotidiana nos permite tocar con la mano muchas exigencias que afectan a las personas más pobres y con más pruebas. A nosotros se nos pide esa atención especial que nos conduce a darnos cuenta del estado de sufrimiento y necesidad en el que se encuentran muchos hermanos y hermanas. A veces pasamos ante situaciones de dramática pobreza y parece que no nos afectan; todo sigue como si no pasara nada, en una indiferencia que al final nos convierte en hipócritas y, sin que nos demos cuenta de ello, desemboca en una forma de letargo espiritual que hace insensible el ánimo y estéril la vida. La gente que pasa, que sigue adelante en la vida sin darse cuenta de las necesidades de los demás, sin ver muchas necesidades espirituales y materiales, es gente que pasa sin vivir, es gente que no sirve a los demás. Recordadlo bien: quien no vive para servir, no sirve para vivir.
¡Cuántos son los aspectos de la misericordia de Dios hacia nosotros! Del mismo modo, cuántos rostros se dirigen a nosotros para obtener misericordia. Quien ha experimentado en la propia vida la misericordia del Padre no puede permanecer insensible ante las necesidades de los hermanos. La enseñanza de Jesús que hemos escuchado no admite vías de escape: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estaba desnudo, refugiado, enfermo, en la cárcel y me ayudasteis (cf. Mt 25, 35-36). No se puede pasar de largo ante una persona que tiene hambre: es necesario darle de comer. ¡Jesús nos dice esto! Las obras de misericordia no son temas teóricos, sino que son testimonios concretos. Obligan a arremangarse para aliviar el sufrimiento.
A causa de los cambios de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado: por lo tanto, dejemos espacio a la fantasía de la caridad para encontrar nuevas modalidades de acción. De este modo la vía de la misericordia se hará cada vez más concreta. A nosotros, pues, se nos pide permanecer vigilantes como centinelas, para que no suceda que, ante las pobrezas producidas por la cultura del bienestar, la mirada de los cristianos se debilite y llegue a ser incapaz de ver lo esencial. Ver lo esencial. ¿Qué significa? Ver a Jesús, ver a Jesús en el hambriento, en quien está en la cárcel, en el enfermo, en el desnudo, en el que no tiene trabajo y debe sacar adelante una familia. Ver a Jesús en estos hermanos y hermanas nuestros; ver a Jesús en quien está solo, triste, en el que se equivoca y necesita un consejo, en el que necesita hacer camino con Él en silencio para que se sienta acompañado. Estas son las obras que Jesús nos pide a nosotros. Ver a Jesús en ellos, en esta gente. ¿Por qué? Porque es así como Jesús me mira a mí, como nos mira a todos nosotros.
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Ahora pasemos a otra cosa.
Los días pasados el Señor me concedió visitar Armenia, la primera nación que abrazó el cristianismo, a inicios del siglo IV. Un pueblo que, en el curso de su larga historia, ha testimoniado la fe cristiana con el martirio. Doy gracias a Dios por este viaje, y estoy muy agradecido con el presidente de la República armenia, con el catholicós Karekin II, el patriarca y los obispos católicos, y con todo el pueblo armenio por haberme acogido como peregrino de fraternidad y de paz.
Dentro de tres meses realizaré, si Dios quiere, otro viaje a Georgia y Azerbaiyán, otros dos países de la región caucásica. Acogí la invitación a visitar estos países por un doble motivo: por una parte valorizar las antiguas raíces cristianas presentes en aquellas tierras —siempre con espíritu de diálogo con las demás religiones y culturas— y por otra alentar esperanzas y senderos de paz. La historia nos enseña que el camino de la paz requiere una gran tenacidad y continuos pasos, comenzando por los pequeños, haciéndolos crecer poco a poco, yendo uno al encuentro del otro. Precisamente por esto mi deseo es que todos y cada uno den su propia aportación para la paz y la reconciliación.
Como cristianos estamos llamados a reforzar entre nosotros la comunión fraterna, para dar testimonio del Evangelio de Cristo y para ser levadura de una sociedad más justa y solidaria. Por ello toda la visita fue compartida con el Supremo Patriarca de la Iglesia Apostólica armenia, quien me acogió fraternalmente durante tres días en su casa.
Renuevo mi abrazo a los obispos, los sacerdotes, las religiosas y los religiosos y a todos los fieles de Armenia. Que la Virgen María, nuestra Madre, les ayude a permanecer firmes en la fe, abiertos al encuentro y generosos en las obras de misericordia.
Gracias.
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