Fecha: 12 de abril de 2020

El domingo de Pascua María Magdalena va al sepulcro. Su corazón estaba lleno de amor y de dolor. Dolor por la muerte del Señor: ella lo había seguido y lo había servido; Él había dado luz y sentido a su vida. A pesar de todo, el dolor no ha matado su amor. Por eso, cuando todavía estaba oscuro, va al sepulcro, no solo para alimentar el dolor, sino como gesto de amor.

Las cosas no están como ella imaginaba. La piedra había sido removida. Piensa que han robado el cuerpo y avisa a los apóstoles. Pedro y aquel discípulo a quien Jesús tanto amaba acuden también y, a partir de ese momento, los discípulos comenzarán a vivir un camino interior que los llevará a ser recuperados para la fe. Cada uno de ellos tiene que vivir su proceso. No hay dos que sean iguales. A unos les cuesta más creer que a otros. El discípulo a quién Jesús amaba, al ver como estaba la sábana con la que lo habían amortajado y el sudario con el que habían cubierto su rostro, “vio y creyó”. Comprendió “que, según las escrituras, Jesús tenía que resucitar de entre los muertos”. En cambio otros tienen más dificultades. Tomás, por ejemplo, necesita ver a Jesús, quiere tocar su cuerpo, quiere meter los dedos en las heridas… quiere asegurarse que aquel que dicen que han visto vivo es realmente el Señor.

Este hecho nos tiene que llevar a una primera reflexión: Pascua es buena noticia para todos los hombres, no solo para los que ya somos creyentes. Jesús quiere llegar a todos, pero respetando el camino de cada uno, como lo hizo con sus discípulos. Del mismo modo que se hizo presente en su camino adaptándose a la situación de cada uno de ellos, también hoy quiere hacerse presente en nuestro camino adaptándose a cada situación personal. El Señor quiere llevar a todos a la fe, pero respetando los ritmos de cada persona.

A quienes tenemos el gozo de creer en Jesucristo y hoy reavivamos nuestra fe, esto nos debe de llevar a mirar a todos pensando que Él buscará y encontrará la forma de hacerse presente en su vida. La celebración de la Pascua no es para que condenemos a un mundo no creyente, sino para que nos alegremos de nuestra fe y crezcamos en el deseo de que todos lleguen a conocer y a amar a Jesús.

La fe en Cristo Resucitado sostiene nuestra esperanza. En los momentos de dificultad, cuando no vemos salida a las situaciones que estamos viviendo, la Pascua nos anuncia que la luz nos viene de Cristo; cuando nos sentimos tentados a pensar que la prepotencia del mal se apodera del mundo, no olvidemos que la victoria está en la omnipotencia del amor del Resucitado, una omnipotencia que nos lleva a un Reino que no es de este mundo. Los santos, los mártires, los cristianos que han vivido la fe fielmente, han conseguido esa victoria de Cristo resucitado, porque aunque muchas veces no eran comprendidos vivían desde la certeza de que la victoria es de Cristo. Pascua es la fiesta que sostiene nuestra esperanza.

Que el Señor Resucitado sostenga nuestra fe y nuestra esperanza en este tiempo de dolor y sufrimiento. Feliz pascua a todos.