Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos el 50º Día Mundial de la Tierra. Es una oportunidad para renovar nuestro compromiso de amar nuestra casa común y cuidar de ella y de los miembros más débiles de nuestra familia. Como la trágica pandemia de coronavirus nos está demostrando, solo juntos y haciéndonos cargo de los más débiles podemos vencer los desafíos globales. La Carta Encíclica Laudato si’ tiene precisamente este subtítulo: “Sobre el cuidado de la casa común”. Hoy reflexionaremos un poco juntos sobre esta responsabilidad que caracteriza «nuestro paso por esta tierra» (LS, 160). Debemos crecer en la conciencia del cuidado de nuestra casa común.
Estamos hechos de materia terrestre y los frutos de la tierra sostienen nuestra vida. Pero, como nos recuerda el libro del Génesis, no somos simplemente “terrestres”: también llevamos en nosotros el soplo vital que viene de Dios (Cf. Génesis 2,4-7). Vivimos, por lo tanto, en la casa común como una única familia humana y en la biodiversidad con las demás criaturas de Dios. Como imago Dei, imagen de Dios, estamos llamados a cuidar y respetar a todas las criaturas y a sentir amor y compasión por nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más débiles, a imitación del amor de Dios por nosotros, manifestado en su Hijo Jesús, que se hizo hombre para compartir con nosotros esta situación y salvarnos.
Por egoísmo hemos fallado en nuestra responsabilidad como custodios y administradores de la tierra. «Basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común» (ibíd., 61). La hemos contaminado, la hemos saqueado, poniendo en peligro nuestra misma vida. Por eso, se han formado varios movimientos internacionales y locales para despertar las conciencias. Aprecio sinceramente estas iniciativas, y todavía será necesario que nuestros hijos salgan a la calle para enseñarnos lo que es obvio, es decir, que no hay futuro para nosotros si destruimos el ambiente que nos sostiene.
Hemos fallado custodiando la Tierra, nuestra casa-jardín y custodiando a nuestros hermanos. Hemos pecado contra la Tierra, contra nuestro prójimo y, en definitiva, contra el Creador, el Padre bueno que provee a cada uno y quiere que vivamos juntos en comunión y prosperidad. ¿Y cómo reacciona la Tierra? Hay un dicho español que es muy claro al respecto y dice así: “Dios perdona siempre; nosotros, los hombres, perdonamos algunas veces sí, algunas veces no; la Tierra no perdona nunca”. La Tierra no perdona: si nosotros hemos deteriorado la Tierra, la respuesta será muy contundente.
¿Cómo podemos restaurar una relación armoniosa con la Tierra y con el resto de la humanidad? Una relación armoniosa… Muchas veces perdemos la visión de la armonía: la armonía es obra del Espíritu Santo. También en la casa común, en la Tierra, también en nuestra relación con la gente, con el prójimo, con los más pobres, ¿cómo podemos restaurar esta armonía? Necesitamos una nueva forma de ver nuestra casa común. Entendámonos: esta no es un depósito de recursos para ser explotar. Para nosotros los creyentes, el mundo natural es el “Evangelio de la Creación”, que expresa la potencia creadora de Dios para plasmar la vida humana y hacer que el mundo exista junto lo que contiene para sostener a la humanidad. El relato bíblico de la creación se concluye así: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis 1, 31). Cuando vemos estas tragedias naturales que son la respuesta de la tierra a nuestro maltrato, yo pienso: “Si ahora le preguntase al Señor qué piensa, no creo que me dijera que todo está muy bien”. ¡Hemos sido nosotros los que hemos arruinado la obra del Señor!
Al celebrar hoy el Día Mundial de la Tierra estamos llamados a rencontrar el sentido del respeto sagrado por la Tierra, porque no es solo nuestra casa, sino también la casa de Dios. ¡De aquí surge en nosotros la conciencia de estar en tierra sagrada!
Queridos hermanos y hermanas, «despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros» (Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia, 56). La profecía de la contemplación es algo que aprendemos sobre todo de los pueblos originarios, que nos enseñan que no podemos cuidar de la tierra si no la amamos y no la respetamos. Ellos tienen esa sabiduría del “buen vivir”, no en el sentido de pasarlo bien, no: sino del vivir en armonía con la tierra. Ellos llaman “buen vivir” a esta armonía.
Al mismo tiempo, necesitamos una conversión ecológica que se exprese en acciones concretas. Como una familia única e interdependiente, necesitamos un plan compartido para vencer las amenazas contra nuestra casa común. «La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común» (LS, 164). Somos conscientes de la importancia de colaborar como comunidad internacional para la protección de nuestra casa común. Exhorto a cuantos tienen autoridad a dirigir el proceso que conducirá a dos Conferencias internacionales muy importantes: la COP15 sobre la Biodiversidad en Kunming (China) y la COP26 sobre el Cambio Climático en Glasgow (Reino Unido). Estos dos encuentros son muy importantes.
Quisiera animar a organizar acciones concertadas también a nivel nacional y local. Es bueno converger desde todas las condiciones sociales y dar vida también a un movimiento popular “desde abajo”. Así nació el Día Mundial de la Tierra, que celebramos hoy. Cada uno de nosotros puede dar su pequeña aportación: «No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente» ( LS, 212).
En este tiempo pascual de renovación, comprometámonos a amar y a apreciar el magnífico don de la Tierra, nuestra casa común, y a cuidar de todos los miembros de la familia humana. Como hermanos y hermanas que somos imploremos juntos a nuestro Padre celestial: “Envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra” (cf. Salmos 104, 30).