Fecha: 10 de mayo de 2020
Tanto por las circunstancias difíciles que nos toca afrontar, como por el hecho de hallarnos en pleno tiempo pascual, la idea de «vida», «vivir», seguir viviendo, no desaparece de nuestra mente y de nuestra boca. Aunque pocos se atreven a definir qué entendemos por «vida». Incluso quienes utilizan la expresión «calidad de vida», no acaban de explicar lo que quieren decir…
La Biblia nos proporciona imágenes muy interesantes y oportunas para entender muchos aspectos de nuestra existencia de fe. Es el caso de la metáfora de «El libro de la vida».
Todos quisiéramos estar inscritos en ese Libro. Pero, ¿qué significa realmente «El Libro de la vida»? Espontáneamente tendemos a pensar que «El Libro de la vida» es una especie de registro de los buenos, que merecen o tienen derecho a la salvación, frente a los malos que son excluidos por no estar en las listas. Pero no nos imaginamos a Dios usando un sistema burocrático de listas y controles de buenos y malos.
En realidad, ¿no estamos todos salvados? Esta imagen del Libro, que distingue unos de otros, ¿no estará equivocada? Hemos sido llamados a resucitar con Cristo y a vivir como resucitados. ¿Estamos ya inscritos en ese Libro? ¿Tenemos garantizada la salvación? Como preguntaron a Jesús: «¿serán muchos los que se salven?…» Y otras cuestiones más actuales y complejas: ¿los inscritos en el Libro son los miembros de la Iglesia, los creyentes bautizados?; ¿cuántos son?; ¿cómo sabemos quiénes son y quiénes no?
Una vez más, el lenguaje que usamos para expresar realidades de nuestra fe necesita ser explicado.
A Jesús no le gustaban las listas. Es conocido aquel pasaje, que narra la queja escrupulosa de Juan ante uno que, sin formar parte del grupo que acompañaba a Jesús, utilizaba su nombre para echar demonios. Jesús le respondió: «No se lo impidáis, pues el que no está contra nosotros, está con nosotros» (Lc 9,50). En otro contexto Jesús parecerá decir lo contrario: ante la excusa de los fariseos para no reconocer en Él la mano de Dios que cura al endemoniado, dirá «Quien no está conmigo está contra mí, quien no recoge conmigo desparrama» (Mt 12,30).
Vemos a Jesús como el Buen Pastor. Y un buen pastor cuando vuelve al redil, después de llevar el rebaño a pastar, cuenta las ovejas una y otra vez, por si falta alguna: ¡puede haberse perdido o estar enferma o herida!… En efecto hace un control, pero en función del cuidado amoroso que le corresponde. Es más, explica cuál es la característica, la seña de identidad de las ovejas que forman parte de su rebaño: reconocer, escuchar, su voz y seguirle… Y para más precisión dirá: «tengo otras ovejas que no son de este redil… y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,11-16). Se refería al redil formado por convertidos a Él, básicamente paganos.
Hay, por tanto, «una cierta lista» que identifica: no todos aparecen en ella. Pero estar incluido, no depende en realidad de una «inscripción», no identifica la misma lista, sino algo mucho más importante: la relación personal y vital con Jesús, estar con Jesús, ser capaz de reconocer y escuchar su voz, confesar la fe en Él y seguirle.
Decimos que en la Pascua «ha triunfado la vida» y que la vocación, particularmente la vocación de especial consagración, es una entrega de toda la vida. ¿Qué vida? Aquella que poseen quienes están en el Libro. Bien entendido que esta inscripción, más que un honor es una tarea.