Fecha: 17 de mayo de 2020

Seguimos en la escuela de María. Si la semana pasada reflexionábamos a partir de su firmeza en la fe, hoy contemplamos su amor y servicio a los demás. Su vida estará centrada en el amor a Dios y en el amor al prójimo. Ella no busca grandezas, simplemente es la humilde sierva del Señor, que se pone a disposición de su voluntad y que está siempre en actitud de servicio a los demás, tal como narran los evangelios: en silencio contemplativo durante la infancia y la vida oculta de Jesús; con delicadeza y prontitud en Caná; con discreción y humildad durante la vida pública; con firmeza al pie de la cruz; en su función de reunir a los discípulos antes de Pentecostés y en la comunidad de Jerusalén.

María fue llamada por Dios a prestar un servicio singular: ser la Madre del Mesías. Desde el momento de la Anunciación su vida será una entrega total de servicio a la voluntad de Dios y de servicio al prójimo. Para poder captar la grandeza y la profundidad de este servicio, hemos de iluminar su figura desde la vinculación con Cristo, su Hijo. La obediencia y la docilidad de María están en línea con lo que será una constante en la vida de Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4,34). María asumirá también como principio unificador de su vida el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Nosotros somos discípulos de Cristo y de María, y el servicio a Dios y a los demás ha de ser también el eje central de nuestra existencia. El papa Francisco, comentando el pasaje de san Mateo en el que Jesús envía a sus discípulos a anunciar la buena nueva, (cf. Mt 10,7-13), señalaba tres actitudes básicas en la vida del cristiano: “camino, servicio y gratuidad”. Un camino que «es un envío con un mensaje: anunciar el evangelio, salir para llevar la salvación, el evangelio de la salvación». Este camino se complementa con otro itinerario, el itinerario interior, el del «discípulo que busca al Señor todos los días, en la oración, en la meditación».

La segunda palabra es «servicio». El deber del discípulo es servir, es más, «un discípulo que no sirve a los demás no es cristiano». El discípulo ha de tener como referencia principal dos textos centrales en la predicación de Jesús: las Bienaventuranzas y la parábola del juicio final, en la que se expresa el contenido sobre el que seremos juzgados. Este es el marco del servicio cristiano, tal como se expresa en los evangelios. Por eso, «si un discípulo no camina para servir, no sirve para caminar. Si su vida no es para el servicio, no sirve para vivir como cristiano». Jesús dijo que esto es lo que debemos hacer, porque él está en los hermanos necesitados. Es «servicio a Cristo en los demás».

La tercera palabra es «gratuidad». Caminar, en el servicio, en la gratuidad. Jesús envía a los Doce a proclamar que el Reino de los Cielos está cerca, les manda dar gratis lo que gratis habían recibido y que no pongan su confianza en los medios materiales. El caminomuestra el envío y un mensaje que se ha de anunciar; el servicio expresa que la vida del cristiano no es para sí mismo, sino para los demás, como fue la vida de Jesús; y la gratuidad, ayuda a poner siempre la esperanza en el Señor.

La Iglesia está llamada a ser comunidad de amor, a ayudar a los necesitados y ser expresión del amor de Dios. En el rostro de los más pobres y pequeños hemos de descubrir el rostro de Cristo. El amor hacia los más necesitados y vulnerables y las acciones consecuentes para remediar sus males, no son acciones de suplencia o de sustitución debido a las limitaciones de los servicios públicos. Forma parte de su naturaleza más profunda de la Iglesia, tanto como la acción catequética o la celebración de los sacramentos.