Fecha: 14 de junio de 2020
Este domingo celebramos la solemnidad del Corpus Christi, en la que los creyentes confesamos nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y manifestamos que este sacramento, del que nace y crece la Iglesia, es el tesoro más valioso que el Señor nos dejó. La participación en la Eucaristía nos lleva a amar a los hermanos con el mismo amor de Cristo. Por eso hoy celebramos también la jornada de Cáritas, que es el instrumento propio de nuestra diócesis para poner en práctica el mandamiento del amor hacia los más necesitados, organizando la tarea caritativa en la diócesis, las parroquias y los arciprestazgos.
Coincidiendo con esta solemnidad, Cáritas ha hecho pública su memoria del año pasado. Es bueno que todos los cristianos y el conjunto de la sociedad seamos conscientes de la tarea que se hace en las 34 sedes que hay en nuestro territorio diocesano. En esta memoria se refleja una gran parte del compromiso de nuestra iglesia por los más pobres (existen también otras realidades, como las casas de acogida o las conferencias de San Vicente de Paúl). En ella encontraréis datos, pero lo más importante no se puede cuantificar ni reflejar en los papeles, porque es el compromiso de tantos cristianos que, movidos por su fe, quieren sembrar esperanza en el corazón de aquellos que viven en situación de vulnerabilidad. Sin el trabajo de los voluntarios todo esto no sería posible. A todos ellos, mi agradecimiento y el de toda la comunidad diocesana.
Pero los retos de Cáritas no acaban nunca. La situación que estamos viviendo nos obliga a reorganizar la vida de la iglesia y también el trabajo que Cáritas hace cada día en todas sus sedes. En primer lugar tenemos que agradecer el esfuerzo de quienes han continuado trabajando y han estado junto a las personas que han llamado a la puerta, así como a todos los que con sus aportaciones han ayudado a que quienes pasan necesidades estén atendidos.
Estamos viendo que esta crisis sanitaria está provocando una crisis económica y social con consecuencias en la vida de muchas familias y personas. No olvidemos que todo aquel que llame a la puerta de la Iglesia angustiado por el sufrimiento debe ser escuchado y, en la medida de nuestras posibilidades, atendido. Somos conscientes de que no podemos solucionar todos los problemas. Ni lo pretendemos, ni es nuestra misión. Los gobernantes son los primeros que tienen la obligación de hacer lo posible para que los necesitados sean atendidos. Pero podemos sembrar esperanza en el corazón de muchas personas, ayudarlas a salir de las situaciones que las angustian, llegar donde las estructuras administrativas no llegan y acompañar de este modo a los más vulnerables.
En este momento os quiero pedir que, además de colaborar con las campañas de Cáritas, aprovechemos la ocasión para potenciar su tarea en nuestra diócesis de forma que sea un testimonio del Evangelio que queremos vivir cada día.