Fecha: 15 de noviembre de 2020
Como decimos, la fraternidad entre todos los seres humanos ha de tener un fundamento, algo que le sirva de base, algo compartido por todos. Algo que se tenga en común, y que, al mismo tiempo, pueda ser reconocido como propio por cada uno, por todas las personas de cualquier rincón del mundo…
Intuimos que, si existe una falta tan grande de fraternidad en nuestro mundo, es precisamente porque no se reconoce un vínculo que nos una. Si el otro es tratado como extraño y ajeno, es porque así es la imagen que tenemos de él. Su existencia y sus problemas son suyos y en nada nos afectan. Solo cuando la casualidad hace que nuestra vida, de alguna forma, esté dependiendo de la suya, entonces nos interesamos por él. Así, la experiencia cotidiana durante la pandemia actual: ¿Por qué nos preocupa la salud de los demás? ¿Porque le vemos como hermano o porque de su salud depende la nuestra? Quizá ambas cosas. Pero sin duda prevalece el segundo motivo: en el fondo pensamos que estamos en la misma cordada de escaladores y llegaremos a la cima, si todos suben seguros. Un fallo de uno solo puede precipitarnos en el abismo.
Por eso es tan importante identificar la cuerda a la que todos estamos unidos. No puede ser algo tan eventual como el interés por la salud en caso de una pandemia, o un sentimiento vago de compasión, o la eficacia de la fuerza fruto del empeño común para lograr un objetivo económico…
A lo largo de la historia ha habido muchas formas de pensar que reconocían algo en común a todos los seres humanos. Cuando se empezó a reclamar la fraternidad como proyecto social, y a luchar para conseguirla, se daba por sentado que todos tenemos en común la razón y la naturaleza. Reconocerlo era una exigencia de la dignidad que tiene todo ser humano. Hoy, sin embargo, no se habla de “naturaleza y razón” única y compartida, aunque sí se reconoce la dignidad de toda persona humana. Pero ¿por qué toda persona es digna de vivir y por qué compartimos esa dignidad?; ¿qué tenemos en común todas las personas?; ¿qué “nos hermana”?
El Papa Francisco, en su capítulo primero, titulado “Las sombras de un mundo cerrado”, constata el hecho de la ausencia de un proyecto, de un horizonte y un rumbo común, que faciliten la sensación de pertenencia a la misma humanidad (nn. 15-17; 26; 29-31). Lograrlo parece “un delirio” (n. 16) y constituir-nos en un “nosotros” es algo urgente (n. 17).
Llama la atención la frase “constituirnos en un nosotros”. Algo hace sentirnos hermanos y poder hablar en plural. El Papa confirma que, sin sentirnos “un nosotros”, no será posible la fraternidad universal. Pero entonces, ¿se trata de algo que hemos de hacer?; ¿o más bien de algo que ya existe y solo se debe reconocer?
El Papa afirma el anhelo de fraternidad que existe en toda la humanidad en contraste con la realidad: la ausencia de hermandad es una de las contradicciones más flagrantes de nuestro mundo. Pero, como ya hemos dicho hablando del día de Germanor, para un cristiano la hermandad universal no solo no es un problema, sino que forma parte de su credo. Por eso el Papa dice en la Introducción a “Hermanos todos”:
“Aunque lo escribí partiendo de mis convicciones cristianas, que me animan y nutren, he intentado hacerlo para que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad.”
Por tanto es legítimo nuestro empeño en lograr la fraternidad universal, al menos como formando parte de nuestro compromiso evangelizador y misionero.