Fecha: 22 de noviembre de 2020
En la Carta Dominical de la semana pasada incidía en algunos puntos de la propuesta que nos hace el papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti. En la Carta de hoy, continuando el escrito, quisiera señalar otros, aunque sea brevemente.
El papa Francisco afirma que en nuestro mundo todo está conectado. Por eso se hace difícil que cualquier desastre mundial no tenga relación con nuestra manera de vivir. Debemos dejar de pensar que somos los dueños de todo cuando, de hecho, no somos dueños de nada. «Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece un sector humano digno de vivir sin límites» (n. 18). Debemos desarrollar la conciencia de que, por ahora, o nos salvamos todos juntos o no se salva nadie. La pandemia nos lo ha hecho explícito. La buena política busca caminos de construcción de vida social. Quien gobierna debe pensar que sus acciones se encaminan a encontrar un lugar donde todos quepan, y en ello no cabe una negociación basada solo en la economía. La buena política busca bienestar, no busca votos.
Ante la universalidad de la globalización y el cierre en privilegios de los grupos y naciones, el Papa afirma que «la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos inseparables y coesenciales» (n. 142). Desde aquí, insiste en el «sentimiento de pertenencia» (n. 230). «El amor a la tierra, al pueblo, a los rasgos culturales propios. No puedo encontrarme con el otro si no poseo un sustrato en el que esté firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero. […]. El bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra»(n. 143). Pero, a la vez, «no es posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás pueblos»(n. 146).
Por todo ello, afirma el Papa, hay que acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto… esta es la definición de dialogar. Si no hay diálogo, no hay preocupación por el bien común, solo hay imposición. En el diálogo, nace una síntesis de las diferencias, un mestizaje (n. 148). Los héroes del futuro serán quienes sepan romper esta lógica enfermiza e implantar la cultura del encuentro. El Papa exclama aquí: «Quiera Dios que esos héroes se estén gestando ya, silenciosamente, en el corazón de nuestra sociedad» (n. 202).
Para el papa Francisco, las religiones tendrán un papel relevante en este futuro. Conviene valorar, desde la identidad cristiana, la acción de Dios en las diversas religiones (n. 277). Desde la experiencia de fe y desde la sabiduría de los siglos, la gente de las diversas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien que ayuda a reconocer que somos hermanas y hermanos. No puede ser que en los debates públicos solo tengan presencia la ciencia, el poder o la política (n. 275). Debe haber lugar para la reflexión que proviene del sustrato espiritual de la sociedad y recoge siglos y siglos de sabiduría y de experiencia. Por eso, termina el documento diciendo que, por extraña que parezca la propuesta, las religiones están llamadas incluso a liderar esta renovación social. Porque entre las religiones es posible un camino de paz, y el punto de partida sería la mirada de Dios.
Que este deseo de fraternidad universal impregne nuestros corazones.
Vuestro,