Fecha: 10 de enero de 2021
El pasado 1 de enero celebramos la Jornada mundial de la paz. La paz no es únicamente la ausencia de guerras y conflictos, sino un concepto positivo: expresa el deseo que hay en todo ser humano de alcanzar la felicidad viviendo una armonía positiva con los otros, con la naturaleza y con Dios. En la Sagrada Escritura constituye la máxima expresión de los bienes que Dios regala a la humanidad en la persona del Mesías, que es designado como “príncipe de la paz”. En los salmos se expresa el anhelo de que “en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”.
La historia de la humanidad nos muestra también que este anhelo nunca se llega a vivir plenamente en nuestro mundo, que los conflictos reaparecen constantemente y que la humanidad debe cultivar y educarse en aquellas actitudes que construyen la paz entre las personas y entre los pueblos. El camino hacia la paz no es fruto únicamente de acuerdos políticos entre los poderosos, sino que nacerá de un corazón renovado a imagen del corazón de Dios, Padre y Creador. Se trata de un verdadero camino espiritual que estamos llamados a recorrer juntos los seres humanos. Solo así llegaremos a una paz duradera.
En el mensaje que el papa Francisco nos ha dirigido este año invita a fomentar una “cultura del cuidado como camino de paz”. Cuidar de alguien o de algo es más que procurar que no le ocurra nada malo; consiste en intentar que tenga todo lo necesario para una vida digna. Es algo más que una preocupación por lo material: supone un compromiso del corazón que lleva a hacer por la otra persona mucho más de lo que estamos obligados, y que puede comportar un sacrificio personal. Implica generosidad y gratuidad. En el contexto de la actual pandemia hemos visto testimonios impresionantes de lo que significa cuidar del otro, en las personas que se han puesto al servicio de los enfermos: investigadores, personal sanitario, sacerdotes que los han acompañado espiritualmente, etc.… Siendo así fieles al mandato de Dios que nos llama a cuidar la creación i al hermano.
La cultura del cuidado se ha plasmado en la tradición espiritual cristiana en las obras de misericordia corporales y espirituales, que “constituyen el núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva”. Al ponerlas en práctica, la comunidad cristiana se convierte en un hogar acogedor para los más frágiles y abierto a todas las necesidades humanas. Esta cultura debe inspirar todos los ámbitos de la vida humana: la política debe cuidar del bien común; las organizaciones sociales, de los más pobres; y todos de la creación.
Si la cultura del cuidado no se orienta a los más débiles, se introducen en la sociedad principios y leyes que constituyen un auténtico peligro para los más frágiles y, por tanto, para la paz, como la ley aprobada recientemente en nuestro país, que legaliza la eliminación de la vida humana en la fase terminal, en lugar de favorecer su cuidado. Una sociedad educada en la cultura del cuidado no debería permanecer indiferente ante este atentado a la paz que nos pone en peligro a todos.