Fecha: 24 de enero de 2021
Estimados y estimadas,
Por voluntad del papa Francisco, hoy es el «Domingo de la Palabra» yesta próxima semana se nos invita a reflexionar sobre la importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida cristiana. El Concilio Provincial Tarraconense del cual, con gozo y a pesar de la pandemia, hemos celebrado el vigésimo quinto aniversario en la pasada solemnidad de san Fructuoso, en una resolución prioritaria nos dice: «La Iglesia escucha la Palabra de Dios y la proclama como Palabra de salvación. El Concilio Provincial Tarraconense insta a cada fiel cristiano a escucharla, a leerla personalmente, a meditarla, a celebrarla en la Iglesia y a orar con ella, para así vivir de su fuerza transformadora y en plena obediencia de fe al Señor, bajo la guía del Espíritu Santo» (CPT 48).
«Salgamos a sembrar la Palabra», nos dice el lema de este año, en referencia a la parábola del sembrador. En el estilo llano y comunicativo de las parábolas, Jesús usa la tarea del agricultor, bien conocida por su auditorio, para comunicar una realidad que pertenece al misterio del Reino. Estamos más acostumbrados a captar esta catequesis de Jesús fijándonos en nuestra capacidad para acoger, en mayor o menor grado, la semilla que Dios hace caer sobre nuestra tierra particular. Pero en esta ocasión el lema nos hace centrar la mirada en la tarea del agricultor y nos invita a ponernos en su lugar.
El primer paso que se nos pide es salir de casa e ir a buscar todos los posibles campos que se presenten. Parece que nuestro momento histórico contiene una gracia especial para vivirlo. En efecto, el papa Francisco nos ha invitado una y otra vez a ser una Iglesia en salida, a no recluirnos en nuestros miedos e inseguridades, sino a dejarnos llevar por el viento del Espíritu que quiere renovar y recrearlo todo. «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamamiento: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 20).
Sin embargo, la comunidad cristiana caería en una trampa si saliera fuera sin nada que ofrecer, sin ningún tesoro que regalar. Siguiendo las huellas de Jesús, que no pierde ni una ocasión para sembrar la semilla del Reino dentro del corazón de cada persona, nuestra tarea implica iluminar las tinieblas y suavizar las heridas de tanta gente que busca una vida llena de sentido. Sólo puede comunicar la Palabra aquel que experimenta en su interior el fuego ardiente del corazón de Jesús, aquel que comparte sus sentimientos, sus dolores y sus gozos. Sembrar la Palabra, pues, pide celo apostólico y valentía, pero también pide mucha oración y mucha humildad, no sea que en lugar de ofrecer a Dios, nos ofreciéramos a nosotros mismos.
Una vez nos hemos puesto en marcha para transmitir a todos la alegría del Evangelio, debemos ser muy cuidadosos en no querer ocupar el lugar del segador. No nos corresponde a nosotros juzgar en qué tierra ha caído la semilla ni calcular qué porcentaje de fruto producirá. Incluso podría ser que, sin querer, arranquemos trigo antes de tiempo, cuando todavía no es lo suficientemente maduro, o lo confundiéramos con la cizaña, y malográramos la siega. Y es que pertenece sólo a Dios el cuidado de la evolución de cada corazón, de cada persona, de cada comunidad.
La libertad del otro, de cada prójimo, es siempre el espacio sagrado que se debe respetar. Llamar a la puerta y esperar a que alguien la abra es el estilo de Cristo, y debe ser, evidentemente, el nuestro. Con placidez, pues, y felizmente cansados por haber trabajado de sol a sol en bien de todos los hombres y mujeres de este mundo, dejaremos que el dueño del sembrado se ocupe de cada corazón, también del nuestro, a fin de que la Palabra dé el fruto abundante que Él desea.
Vuestro,