Fecha: 21 de febrero de 2021
El pasado miércoles, con el rito a la vez sencillo y solemne de la imposición de la ceniza comenzamos el tiempo de Cuaresma. El Papa, en el mensaje que ha dirigido a la Iglesia, nos invita a recordar en todo momento a Jesús, que “se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8). Si tenemos los ojos fijos en Cristo, viviremos este tiempo como un camino de crecimiento en las tres actitudes fundamentales de la existencia cristiana: la fe, la esperanza y la caridad. Las tres prácticas que la Iglesia nos propone (ayuno, oración y limosna) son “las condiciones y la expresión de nuestra conversión”, los medios que nos ayudan a recorrer el itinerario espiritual que nos conducirá a la noche de Pascua, en la que renovaremos las promesas del bautismo para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo en nosotros.
La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, “para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle poner su morada en nosotros”. En el corazón de quien está lleno de sí mismo o centrado en las cosas que el mundo ofrece como reclamo para alcanzar la felicidad, no hay lugar para Dios. El ayuno nos permite “liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones -verdaderas o falsas- y productos de consumo, para abrir las puertas del corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 14)”, y posibilita dejar en nuestro interior el espacio que corresponde a Dios.
El camino hacia la Pascua ha de ser sostenido por la esperanza. A pesar del actual contexto, los cristianos sabemos que el dolor, el sufrimiento, las injusticias y los males del mundo no tienen la última palabra: “esperar quiere decir que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica el Amor”. La última palabra sobre la historia humana la tiene el amor de Dios, por ello esperamos y acogemos la reconciliación que se nos ofrece en el sacramento de la Penitencia, que debe estar en el corazón del proceso de conversión, y nos convertimos en difusores del perdón para llegar a vivir una pascua de fraternidad. En el silencio de la oración crecemos en la esperanza, porque recibimos la luz interior que ilumina los desafíos de nuestra misión como cristianos.
La caridad es “el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión”, especialmente con quienes están solos, enfermos, sin hogar, despreciados o en situación de necesidad. No es, por tanto, un sentimiento estéril, sino la manera de avanzar hacia una civilización del amor y “lograr caminos eficaces de desarrollo para todos” (Fratelli tutti, 183). La limosna dada con sencillez, grande o pequeña, nos permite compartir lo que tenemos con amor y siempre se transforma en fuente de vida y felicidad. “Vivir una Cuaresma de caridad -nos dice el Papa- quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de la COVID-19”. Que nuestras obras de caridad vayan acompañadas por una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como hijo.