Fecha: 28 de marzo de 2021
El título que acompaña a este fragmento del “hoy” de Dios está tomado de un capítulo del libro El pueblo de Dios en la noche, de Éloi Leclerc. En esta obra el autor va siguiendo la experiencia del Pueblo de Dios en el exilio de Babilonia y estableciendo un oportuno paralelismo con vivencias nuestras, que hoy experimentamos como personas individuales y como Iglesia.
A nuestro entender el “hoy” de Dios para nosotros incluye esa noche de destierro, con todo lo que ello comporta de sufrimiento y de esperanza.
El centro, el momento más profundo del relato es ese capítulo en el que el autor (precisamente valiéndose de la teología del “hoy” perenne de Dios) sitúa la lucha de Jacob con Dios mismo. “Luchar con Él” es una experiencia tremenda de todo amigo de Dios.
Jacob hace pasar a todos los suyos, familia, siervos, ganado, a la otra orilla del río: queda absolutamente solo durante toda la noche. Solo e impotente se ve súbitamente atacado por un ser más fuerte que él. Su “adversario” es nada menos que el Todopoderoso. ¿No tendría que abandonar la lucha reconociendo su impotencia y aceptar que no tiene ningún mérito y que, como criatura y pecador, carece de fuerzas ante Dios? Esto sería una tentación. Pues el mismo Dios se había vinculado, obligado, con su pueblo, mediante la promesa de la tierra prometida… Llega el alba y dejan de luchar: Dios reconoce que no le ha vencido, “Él es derrotado por su propio amor al pueblo”, aquel amor que le llevó a unirse con amor indisoluble, como esposo en Alianza perpetua. Esa es la verdadera arma en manos de Jacob, que, aun saliendo malherido, acaba victorioso, gracias a su firme confianza en esa Promesa de Dios.
El “hoy” de Dios también pasa para nosotros por ese momento decisivo. Despojados, reconocemos nuestra pobreza real, quizá nuestra culpa, y nuestra impotencia para salir de la crisis. Hay un apoyo, un “asidero” que creemos evitará nuestro hundimiento: creer firmemente que Dios nos amó y nos ama hoy, desde el momento en que selló con nosotros la Alianza Nueva y Eterna. El mismo Dios pone a prueba nuestras fuerzas: en justicia no nos merecemos la salvación, pero luchamos para que nuestra fe y esperanza en la Promesa salga vencedora.
Es una extraña manera de superar la crisis. La sociedad difícilmente la entenderá. Sin embargo, forma parte del corazón del Misterio Pascual, es decir, del acontecimiento de nuestra Salvación. Por tanto, una clave fundamental para atravesar todas las crisis, los miedos, los fracasos, los pecados, las oscuridades de nuestra vida.
Una vez más las celebraciones o vacaciones de Semana Santa y Pascua serán proyectadas como evasión compensatoria del sufrimiento (en la medida que eso sea posible desde el punto de vista sanitario). Y, una vez más, los cristianos estaremos llamados a vivir la alternativa realmente liberadora. Desde la fe volveremos a descubrir la profundidad del sufrimiento del corazón humano, y reviviremos la alegría de la Luz Pascual, la puerta y el origen de toda esperanza.
Hoy también Cristo sigue muriendo y resucitando en nosotros, en su Iglesia.