Fecha: 18 de abril de 2021

El día de la confirmación renovamos las promesas bautismales. También cada año lo hacemos en la celebración de la Vigilia Pascual después del tiempo de preparación espiritual de Cuaresma. Del mismo modo que el Bautismo no es un acto meramente jurídico de incorporación a la Iglesia, sino el fundamento de la vida cristiana y el comienzo de un camino de santidad, esta renovación no la debemos vivir como un rito meramente externo, sino que debe ser la expresión del deseo de avanzar en el camino de nuestra fe. Renovar significa recuperar la novedad de vida que supuso para nosotros el bautismo, y acoger de nuevo los dones que Dios nos regaló en ese momento: nos hizo hijos suyos en Cristo, entramos a formar parte de la Iglesia y por su Espíritu derramó sobre nosotros la Gracia santificante. No olvidemos que lo importante en la celebración de los sacramentos no son los ritos, sino la gracia de santificación que Dios nos concede en ellos.

El gran Don que recibimos en el Bautismo y en la Confirmación es el mismo Espíritu Santo, que siembra en nosotros la semilla de una vida nueva. Los cristianos vivimos como tales si nos dejamos guiar y andamos según el Espíritu. Por Él podemos llegar a decir con san Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Para identificar los signos de la vida según el Espíritu, la tradición cristiana ha reflexionado, a la luz de un oráculo del profeta Isaías que describe al Mesías esperado (11, 1-2), sobre los siete dones del Espíritu Santo. Esto tiene su lógica: el cristiano está llamado a reproducir en él mismo la imagen de Cristo. Otra línea de reflexión se fundamenta en la carta a los Gálatas (5, 22-25), donde san Pablo explica cuál es el fruto del Espíritu en aquellos que se dejan guiar por Él y no ceden a los deseos de la carne (5, 16). En estos textos y en otros centrales de la Sagrada Escritura, como las Bienaventuranzas, descubrimos cuál debe ser la orientación fundamental de la vida cristiana y, por ello, el fruto de una celebración auténtica de la pascua.

Un signo que nos puede ayudar a discernir si nuestra vida cristiana está modelada por el Espíritu Santo, es si vivimos el don de piedad. La piedad consiste en “la orientación del corazón y de la vida entera a adorar a Dios como Padre, a darle el culto que lo reconozca como fuente y meta de todo don auténtico. Es la ternura por Dios, estar enamorado de Él y desear darle gloria en todo” (Cardenal Martini). La acción del Espíritu en nuestros corazones nos impulsa a superar una religiosidad externa, formalista y fría, que acaba convirtiéndose para muchos bautizados más en una carga que en fuente de alegría.

Los signos en los que se manifiesta este don del Espíritu tienen que ver fundamentalmente con la relación con Dios que se vive en la oración. Podemos pensar si nuestra oración es forzada y rígida, si la vivimos con desgana o si, por el contrario, oramos con gusto y entusiasmo, y si la oración es serena y nos lleva a la alegría del encuentro con Dios. Por medio del don de piedad el Espíritu Santo nos posibilita mirarlo con sencillez filial y agradecimiento, superando así la insensibilidad y la dureza de corazón en la relación con Él.

Pidamos en esta pascua al Espíritu Santo que renueve en nosotros el don de piedad filial para con Dios.