Fecha: 9 de mayo de 2021
Entre los dones del Espíritu Santo está el de inteligencia. Generalmente pensamos que las personas inteligentes son aquellas que aprenden las cosas con facilidad y no necesitan hacer un gran esfuerzo para comprenderlas. A primera vista, del don de inteligencia podríamos pensar lo mismo que del de sabiduría: más que un don nos puede parecer una cualidad de algunas personas. Sin embargo, no podemos olvidar que los dones del Espíritu son para todos los bautizados. Por ello no debemos confundirlos con cualidades humanas.
En el Evangelio encontramos algunos pasajes donde vemos que los discípulos no entienden las enseñanzas o advertencias del Señor: no captan en un primer momento el sentido de las parábolas y Jesús se las ha de explicar (Mt 13, 18 y ss; 36 y ss); no entienden los anuncios de la pasión y discuten sobre lo que les ha querido decir al hablar de su resurrección (Mc 9, 32; Lc 9 45; 18, 34); o interpretan de un modo totalmente equivocado una advertencia sobre la necesidad de guardarse de la levadura de los fariseos y saduceos (Mt 16, 5-12). La causa de esta dificultad para entender no está en que los discípulos carecen de capacidades intelectuales o en que el Señor habla de una forma excesivamente elevada para ellos, sino en la “dureza de corazón”, en la resistencia a configurar la propia vida desde Él.
Los discípulos no podrán “entender” los anuncios de la pasión y la resurrección si, mientras el Señor les anuncia su muerte y les explica la dinámica de su vida, que no consiste en ser servido sino en servir y dar la vida en rescate por muchos, están discutiendo quién será el más importante en el Reino de los Cielos; serán incapaces de comprender la advertencia de Jesús sobre la levadura de los fariseos, que honran a Dios con los labios pero su corazón está lejos de Él (Mt 15, 8), o se quedan únicamente en los preceptos externos de pureza pero no les importa la verdad de lo que hay en el interior del hombre (Mt, 15, 15 y ss), si su preocupación principal es asegurarse su sustento material.
Con el don de inteligencia el Espíritu Santo nos abre a la comprensión de las palabras del Señor. Pero no estamos únicamente ante una comprensión intelectual, sino de un conocimiento de Cristo basado en una relación personal de amistad que nos lleva a vivir en plena comunión con Él. Puede comprender sus palabras quien quiere pensar como Él, compartir sus valores, sentir su pasión por el Reino de Dios y, por ello, está dispuesto a dar la vida por Él y como Él. Quien está unido al Señor de este modo, llega a ser una sola cosa con Él y a entender los misterios de su Reino. Por el don de inteligencia el Espíritu nos conduce a comprender la coherencia interna del mensaje de Cristo y a vivir en sintonía con Él y con sus palabras.
En los relatos pascuales vemos que los discípulos llegaron a entender plenamente al Señor y sus palabras después de la resurrección. En el encuentro con el Resucitado se les abrió “el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24, 45), desapareció la dureza de su corazón y dieron testimonio de Cristo con todas las consecuencias. En este tiempo de Pascua pidamos al Espíritu que nos conceda llegar a la inteligencia del misterio de Cristo, y a vivirlo plenamente para poder ser sus testigos en el mundo.