Fecha: 23 de mayo de 2021

«El Espíritu Santo… es Señor y dador de vida…». Estas palabras, extraídas de la profesión de fe del Concilio de Constantinopla del año 381 y que rezamos en el llamado Credo largo de la Misa, nos ayudan a vislumbrar qué queremos decir cuando los cristianos afirmamos que creemos en el Espíritu Santo. Él es Señor, es decir, es Dios como el Padre y el Hijo. Precisamente, por este motivo, él obra en nuestra vida infundiéndonos la vida verdadera. Además, el Espíritu Santo obra en el amor recíproco de los fieles, como Espíritu de amor y de comunión fraternales. Él nos hace vivir la alegría del Evangelio, a pesar de las contrariedades y dificultades de la hora presente, agravadas por la pandemia. Nos conviene recordarlo, viviendo, como vivimos, tentados de pesimismo por los cuatro costados.

San Pablo, desde la cárcel, escribe una Carta a los cristianos de Asia Menor para que se la vayan pasando entre ellos. La Carta es conocida con el nombre de Epístola a los Efesios. Hoy, que es Pascua granada, transcribo un pequeño fragmento que el apóstol envía en forma de oración y que me complace especialmente: «Ruego [al Padre] que, por la riqueza de su gloria, consolide con la fuerza de su Espíritu lo que sois en vuestro interior; que, por la fe, haga habitar al Cristo en vuestros corazones».

La petición que San Pablo hace al Padre es buena para hacerla hoy, cuando la palabra decepción se ha hecho un tópico y el miedo, como la humedad, nos va penetrando hasta la médula de los huesos. Que el Padre «consolide con la fuerza de su Espíritu aquello que sois en vuestro interior». Que sepamos superar los miedos: El miedo a la sociedad y a las personas que no piensan como nosotros. El miedo a la verdad desnuda, aunque nos duela. El miedo a la fidelidad y a un compromiso para toda la vida. El miedo a perder el buen nombre. El miedo a que el otro me supere. El miedo a ser más pobres cuando vemos las necesidades de los demás. El miedo a caer enfermos. El miedo a pensar que no podemos entendernos ni dentro de la misma Iglesia.

Que el Padre «consolide con la fuerza de su Espíritu aquello que sois en vuestro interior». El Padre no nos ahorrará pasar por estos miedos, como no lo hizocon su Hijo, pero en ellos nos da su Espíritu, que es principio de vida. En el fracaso más absoluto nos vivifica, nos levanta del polvo y nos alienta para ponernos a andar de nuevo.

Hay un pasaje de san Basilio de Cesárea, escrito en el año 375, tal vez uno de los más bonitos y profundos de toda la teología cristiana, que describe la acción del Espíritu en el creyente. Comenta como el Espíritu eleva los corazones de tal manera que los hace partícipes de la naturaleza divina, viviendo y saboreando ya en este mundo la vida de Dios. Transcribo un fragmento clave: «Él eleva los corazones, conduce de la mano a los débiles, y lleva a la perfección a los que avanzan. Él, iluminando a los purificados de toda mancha, los convierte en espirituales para la comunión consigo mismo. Y así como los cuerpos pulidos y brillantes, cuando los tocan los rayos luminosos, se vuelven todavía mucho más brillantes y parece que esparzan luz desde ellos mismos, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás. De ahí que […] perseveres en Dios, que te parezcas a Dios y ­­­–lo sublime sobre toda comparación– llegues a hacerte Dios»(Sobre el Espíritu Santo, 9,23).

Pongámonos, pues, a caminar. Y, aunque las cosas sigan igual o peor, tenemos el Espíritu que el Padre ha derramado en nosotros, que nos comunica vida y alegría para no desfallecer y poder seguir adelante. «Creo en el Espíritu Santo, que es Señor y dador de vida …». ¡Santa Pascua de Pentecostés!

Vuestro