Fecha: 30 de mayo de 2021
Estimados y estimadas.
Tradicionalmente, estamos acostumbrados al hecho de que los sitios llamados de oración se encuentren alejados de la ciudad. Tan sólo hay que echar un vistazo al mapa de monasterios medievales, o ver donde se encuentran la mayoría de casas de espiritualidad en los momentos actuales. En todos los casos, se han buscado espacios silenciosos donde se pudiera disfrutar de la belleza y del silencio de la naturaleza. Sitios maravillosos para retirarse algunos días, necesarios y muy aconsejables. Pero, ¿qué oferta pastoral proponemos para la mayoría de personas que habitualmente no pueden ir a estos sitios? ¿Qué espacios de oración y de acompañamiento espiritual ofrecemos para el día a día, destinados a la mayoría de aquellos que buscan y que, a menudo no encuentran?
El Concilio Vaticano II nos recuerda que «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. Desde el nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios: no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor, y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente ese amor y se da a su Creador»(Gaudium et spes, 19). Si de alguna forma podemos definir la oración, tendremos que decir que es la comunicación, el diálogo con Dios, el trato de amistad con él, a fin de encontrar también el sentido, la paz y la serenidad en medio de las preocupaciones de la vida de cada día. Para favorecer este diálogo, conviene crear espacios de oración y de acompañamiento espiritual en el corazón de la ciudad. Lugares abiertos y acogedores, que favorezcan este encuentro y diálogo con el Señor, lugares de contemplación, de alabanza y de adoración, fácilmente accesibles a todos. Lugares donde uno pueda encontrar el consejo y la orientación oportunas. Lugares donde se pueda recibir el sacramento de la penitencia. Lugares donde en la hora oportuna y, a veces insospechada, uno pueda encontrarse y vivir en el propio corazón la misericordia de Dios.
Nuestra sociedad materialista, descristianizada y desorientada, se encuentra en proceso de búsqueda, con la necesidad de encontrar testigos que le transmitan la verdad, el bien y la belleza de la vida, testigos que le hablen de Dios. El mundo de hoy tiene necesidad del testimonio de alguien que haga visible la relación con Dios, la vida de oración: personas orantes en el corazón de la ciudad.
Damos gracias a Dios porque en nuestra diócesis cada vez más se palpa esta necesidad. Son muchos los que sienten la necesidad de encontrar en el corazón de nuestras ciudades algunas iglesias abiertas donde se ofrezca este acompañamiento, convirtiéndose en verdaderos espacios de oración y de adoración.
En nuestros días, a veces a tientas, se da una búsqueda de lo espiritual, del silencio y de la contemplación, tal vez provocado por el mismo ambiente en el que vivimos: ruidoso, individualista y materialista, que deja un vacío en el corazón y provoca al mismo tiempo una especie de vértigo, al no saber muy bien hacia dónde nos conduce. Este proceso de búsqueda, esta investigación, explica cómo el ser humano está destinado a vivir en la interioridad y no en la dispersión, que no le permite entrar en la armonía de uno mismo, con sus semejantes y con la creación.
En la jornada que dedicamos a orar por las comunidades y personas consagradas de vida contemplativa, pidamos al Espíritu que nos enseñe a orar. Y la oración nos llevará a alabar al Padre y reencontrar el sentido de lo que somos y de lo que tenemos que hacer en medio de nuestro mundo, es decir, en medio de la ciudad. O si lo deseáis, dicho de otro modo, en el fragor de las diversas situaciones en que nos movemos en nuestra vida cotidiana. Porque, mientras esperamos la Jerusalén del cielo, la ciudad del mundo es también la tienda «donde Dios habita con los hombres. Ellos serán su pueblo, y su Dios será «Dios que está con ellos»»(Ap 21,3).
Vuestro,