Fecha: 30 de mayo de 2021
Celebramos un año más la solemnidad de la Santísima Trinidad y, con ella, la Jornada Pro orantibus, con motivo de la vida contemplativa. A pesar de que la vacunación avanza, seguimos atravesando una situación global que ha trastornado nuestras vidas, y que afecta gravemente la vida de muchas personas vulnerables en todo el mundo. La humanidad ha padecido de muchos modos a lo largo de la historia, y ha expresado su dolor de diversas maneras, y lo hace también en nuestros días desde los tanatorios, los hospitales, las residencias, las colas del hambre, las oficinas del paro, los colegios, los templos, los hogares, las redes sociales, los medios de comunicación.
El dolor que recorre nuestra sociedad atraviesa los muros de los monasterios y conventos donde hombres y mujeres elevan su oración al Señor de la Vida. La vida contemplativa sufre cuando el mundo sufre porque su forma de vida de alejarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más significativas de acercarse a las personas a través de Él. Su existencia es una historia de cercanía con Cristo y también con el dolor humano. Así lo expresa el lema escogido para la Jornada de este año: «La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo». Los contemplativos superan el activismo frenético de nuestras sociedades y eligen una vía de intimidad orante y fraterna que, lejos de alejarlos del dolor del mundo, los convierte en luz y referencia para las situaciones de oscuridad y desconcierto, y semilla de esperanza para los campos yermos. En lo profundo de su corazón se unen a todos los seres humanos, especialmente a quienes están más heridos, y desde el encuentro con el Señor, se hacen hermanos de todos y a todos encomiendan en su oración, y por todos ofrecen su vida.
Celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Celebramos a Dios Creador y Padre misericordioso; al Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, que ha muerto y resucitado por nosotros; y al Espíritu Santo, que lo dinamiza todo, la creación y la historia, hacia la plena recapitulación final. El misterio de Dios, uno y trino, es un misterio de cercanía entrañable con el ser humano. Por eso, la vida contemplativa, que alaba y ruega a Dios cada jornada, asomada a su entraña de misericordia, puede acercarse con Él para enjugar nuestras lágrimas y vendar nuestras heridas, las heridas de todos.
La vida contemplativa adorando al Señor en el templo, lo escucha en su celda, lo honra con su trabajo, lo busca con su estudio, lo acoge en tantos que llaman a su puerta pidiendo oración, consejo y consuelo. Así, la fuerza luminosa de su intercesión alcanza misteriosamente todos los rincones de la tierra. Ciertamente no recorren nuestras calles entre las luchas y afanes mundanos pero, presentando esas luchas y esos afanes al único que puede poner paz en tanta guerra, llevan la luz de la Resurrección allí donde estamos más amenazados de muerte y de tristeza. Inspirándonos en la parábola del Buen Samaritano, podemos decir que ellos hacen las veces del hospedero anónimo que supo abrir su casa al apaleado y lo cuidó.
En esta Jornada recordamos con gratitud y esperanza a quienes recorren el camino de la vida contemplativa en nuestra diócesis. Pedimos al Señor que los guarde en su amor, que los bendiga con nuevas vocaciones, que los aliente en la fidelidad cotidiana y les mantenga la alegría de la fe. Junto a ellos, presentamos al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo las necesidades y los padecimientos del mundo, compartiendo su dolor y su esperanza, haciendo camino cerca de Dios y cerca de los hermanos, solidarios con los que sufren, al encuentro de todas las personas.