Fecha: 26 de septiembre de 2021
Estimados y estimadas. El evangelista Juan nos regala unas palabras de Jesús de primera magnitud, interpretadas por él mismo como el «mandamiento nuevo» que engloba, sintetiza y perfecciona la alianza de Dios con Israel. Dice Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). El amor de Jesús se presenta como modelo e imagen perfecta del amor humano. Y este amor suyo no se puede separar del don de sí mismo, porque su máxima expresión se convierte en el misterio de la cruz, donde —desde la libre decisión personal— aquel que ama lo da todo. Por eso es muy importante que todo bautizado crezca y se eduque en el amor de donación. Por tanto, no seríamos imitadores de Cristo si dejáramos escapar las oportunidades de darnos a los demás y viviéramos encerrados en nuestro mundo egoísta o autosuficiente. El amor verdadero siempre lleva el sello de la donación y el servicio, en claro seguimiento del Maestro, «que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida» (Mc 10,45).
Pero el mandamiento nuevo tiene todavía otro matiz, es el de la reciprocidad, y la gracia de la vida eclesial radica precisamente en ella. Siempre encontraremos hombres y mujeres generosos, dispuestos a darlo todo, y éste es ya un precioso testimonio de la grandeza humana. Pero Jesús pide un paso más a sus seguidores: «En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35). Para que el Reino de Dios pueda llegar a ser instaurado y actualizado necesita del desempeño de estas palabras. Se trata de algo imprescindible, porque la reciprocidad profunda del amor es la imagen y el testimonio más verídico de la relación intratrinitaria, en la que el Padre expresa el amor de absoluta predilección por el Hijo y el Hijo la confianza plena y decisiva, hasta a la obediencia más extrema, en el Padre. De hecho, el ser humano es un ser relacional, que se conoce a sí mismo desde la mirada del otro, y el otro en minúsculas y en mayúsculas. La reciprocidad es siempre interpersonal y se basa en el juego mutuo de donación y acogida, de servicio y agradecimiento. Y esta dimensión interpersonal se convierte en comunitaria cuando todo bautizado está dispuesto y preparado a querer y dejarse querer, en una circularidad perenne que provoca la joya más profunda y la paz más deseada.
Quizás necesitamos ser más conscientes de la importancia del mandamiento nuevo en nuestras parroquias y comunidades cristianas, y ayudarnos mutuamente a vivirlo. No hay ningún carisma ni ningún ministerio que lo pueda anteponer. Por ello, ya decía San Pablo: «Si yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, sería como un cencerro ruidoso o un címbalo estridente… Si tuviera una fe capaz de mover las montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes a los pobres, incluso si me vendiera a mí mismo como esclavo y tuviera así un motivo de gloria, si no tengo amor, de nada me sirve» (1Co 13,1-3). Ahora que empezamos un nuevo curso en nuestras parroquias y comunidades, tengamos bien presente este «mandamiento nuevo» de Jesús y seamos coherentes con él.
Vuestro,