Fecha: 26 de septiembre de 2021
Este domingo celebramos la Jornada mundial del migrante y refugiado bajo el lema Hacia un “nosotros” cada vez más grande. Se trata de tomar conciencia de la situación del mundo ante el desafío de las migraciones para afrontar con ojos de fe este fenómeno; para responder con actitudes cristianas a los desafíos que se nos presentan; y para descubrir las oportunidades que las migraciones nos ofrecen de cara al futuro, superando los temores que nos invaden ante un hecho cada vez más presente en nuestra sociedad.
En su mensaje, el papa Francisco nos invita a contemplar el fenómeno de las migraciones a la luz del designio de Dios, que “quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, 9). El Papa, en sintonía con el magisterio de su encíclica Fratelli tutti y con los gestos que caracterizan su pontificado, nos sitúa ante el horizonte de la fraternidad humana y nos invita a superar la tentación de quedarnos en un “nosotros” pequeño, reducido por fronteras o intereses políticos y económicos, que tiende a excluir a los “otros”; y a sustituirlo por un “nosotros” capaz de abrazar a todo ser humano viviendo como hermanos, compartiendo la misma dignidad que Él nos da.
Esta perspectiva nos ofrece la clave para superar las actitudes individualistas, que espontáneamente afloran en nuestro interior ante los constantes fenómenos migratorios en un mundo plagado de catástrofes, guerras y consecuencias del cambio climático que obligan a muchos a salir de su tierra, no solo para encontrar una vida más digna, sino también, simplemente, para poder vivir. Debemos aprender que todos estamos interconectados, que compartimos destino y viaje, y que si los seres humanos no estamos unidos pereceremos juntos.
Viendo a la humanidad como una única familia de hermanos es como aprendemos de verdad lo que significa la catolicidad de la Iglesia y a hacerla vida: “la catolicidad de la Iglesia, su universalidad (afirma el Papa), es una realidad que pide ser acogida y vivida en cada época… (el Espíritu Santo) nos hace capaces de abrazar a todos para crear comunión en la diversidad, armonizando las diferencias sin nunca imponer una uniformidad que despersonaliza”. La catolicidad vivida nos debe llevar a no convertir las diferencias en divisiones; a afrontar el diálogo intercultural como oportunidad de enriquecernos mutuamente; a crecer como Iglesia en la que todo bautizado, dondequiera que se encuentre, se sienta miembro de pleno derecho de la comunidad eclesial local; a comprometernos para que nuestras comunidades sean abiertas a todos. Estoy convencido de que esta actitud acaba enriqueciendo la vida de nuestra diócesis y de nuestras parroquias.
Siendo más católicos aprenderemos a vivir juntos en armonía y paz; favoreceremos una cultura del encuentro; superaremos los prejuicios; contribuiremos a que el mundo vaya siendo cada día una verdadera familia; y el “nosotros” caracterizado por el egoísmo será sustituido por un “nosotros” que incluye a todos, haciendo realidad el “sueño de Dios”: que toda la humanidad seamos una única familia.