Fecha: 10 de octubre de 2021
Estimados y estimadas. Uno de los modos de expresión que encontramos en los escritos bíblicos es el llamado «sapiencial». Aquello que caracteriza el lenguaje y el pensamiento sapienciales es orientarse hacia el aprendizaje que todo hombre y toda mujer necesitan para encarar la realidad, la vida personal y las relaciones sociales, es decir, para alcanzar la madurez de la propia humanidad.
La sabiduría, pues, no apunta a conocimientos puramente racionales y meramente intelectuales, sino que, ayudada por ellos, pide una reflexión objetiva de la realidad de cada día, tomando la distancia necesaria para entrar en el corazón de cada evento y saber extraer un aprendizaje «experiencial». En otras palabras, la sabiduría muestra el arte de saber vivir en plenitud.
Para tal asunto, hay que lograr un espíritu contemplativo, evitando distracciones y superficialidades. En efecto, es necesaria una mirada que se fije en el núcleo de los acontecimientos y en las reacciones de las personas, para preguntarse continuamente cuál es la raíz de todo lo que pasa. Solo desde ahí se podrá aprender a reaccionar de manera diferente y no quedar esclavizados en una respuesta puramente psicológica. Entonces, tendremos la oportunidad de entender las cosas más allá de los meros intereses personales. La irreflexión o la inconsciencia, el infantilismo o la autosuficiencia alejan la sabiduría y, en el fondo, se convierten en una evasión de las propias responsabilidades. Desde la interpretación de Israel, el aprendizaje de la sabiduría va ligada al temor del Señor, es decir, aprender a conocer lo que a Dios le gusta y lo que le aburre, porque para el Pueblo elegido vivir la vida a pleno pulmón significa acertar en la voluntad divina, una voluntad que no se vive como resignación ni como sacrificio, sino como feliz libertad de ser realmente uno mismo. Por eso, el sabio del Antiguo Testamento puede afirmar: «Ella es para los hombres un tesoro inagotable: los que la poseen atraen la amistad de Dios» (Sabiduría 7,14).
Jesús utiliza también el estilo sapiencial, de tal manera que es considerado un maestro para sus contemporáneos. Los vecinos de Nazaret se extrañan de su poder y de su sabiduría, y no entienden como un hombre sin estudios puede acertar tanto describiendo la psicología humana, ofreciendo luz en toda circunstancia. Las parábolas son un ejemplo de maestría sapiencial. A través de situaciones bien profanas, Jesús apunta a un afilado examen de conciencia, que se nos puede escapar si no prestamos atención. La moraleja que se extrae va al núcleo de la experiencia evangélica, no desde una enseñanza dogmática, sino eminentemente vivencial. ¿Quién no capta que en el Reino de Dios los valores son contrarios a los pensamientos del mundo, cuando a quien trabaja una hora se le paga igual que quien trabaja de sol a sol, o cuando a quien se arrepiente y añora al Padre se le hace una fiesta mayor que al que pretende ganárselo con méritos y sacrificios? La sabiduría, pues, no llega por el hecho de tener más o menos conocimientos técnicos, sino por el hecho de tomarse la vida honestamente y con hondura, sabiendo que todo lo que sucede no es sino para adquirir una madura educación individual y social. También puede ser necesario tenerlo presente en nuestras catequesis y formaciones.
Vuestro,