Fecha: 10 de octubre de 2021
Hemos de respetar y conservar la naturaleza por ser “casa de todos”. Pero no solo por este motivo, sino también por su hermosura. Es una casa de todos y para todos, para que todos vivamos en ella y con ella; y al vivirla disfrutemos todos de su belleza.
Suele citarse este texto de San Agustín, que le gustaba tratar de esto invitando a conversar con la creación.
“Interroga a la belleza de la tierra, del mar, del aire amplio y difuso, interroga a la belleza del cielo…, interroga a todas estas realidades. Todos te responderán: ¡Míranos, somos bellos!” (Sermón 241,2)
San Agustín se veía deslumbrado por la belleza de la creación, pero no cayó en el peligro de mitificarla. Y esto jugó un papel decisivo en su búsqueda de Dios. Escribe en la oración íntima que son sus Confesiones:
«Te amo, Señor; tengo de ello conciencia no dudosa, sino cierta. Has herido mi corazón con tu palabra y te amé.
Pero aun el cielo y la tierra y todo cuanto hay en ellos, de todas partes me dicen que te ame; y no cesan de decírselo a todos, de suerte que no tienen excusa (Rm 1,20)… Pero ¿qué amo yo cuando te amo? No hermosura de cuerpo, ni belleza de tiempo, ni claridad de luz, esa que es amable a estos ojos; no dulces melodías de cualquier linaje de cantos, no fragancia de flores ni perfumes y aromas, no maná ni mieles… Nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo una cierta luz, y una cierta voz, y una cierta fragancia, y un cierto manjar, y un cierto abrazo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, manjar y abrazo de mi hombre interior donde resplandece a mi alma lo que no cabe en lugar, y donde suena lo que no arrebata el tiempo…» (X,6,8)
«¿Y qué es esto? Pregunté a la tierra y contestó: ‘no soy yo’ Y todas las cosas que hay en ella confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos, y a los vivientes que surcan por ellos, y respondieron: ‘no somos tu Dios; búscale sobre nosotros’ Pregunté al cielo, la luna y las estrellas: ‘tampoco nosotros somos el Dios que buscas’, respondieron. Y dije a todas las cosas que rodean las puertas de mi carne: ‘Dadme nuevas de mi Dios, ya que no sois vosotras: decidme algo de él’… Y con voz atronadora clamaron: ‘él nos hizo’. Mi pregunta fue mi mirada; la respuesta de ellas su hermosura” (X,6,9)
Se ve que esta larga cita merecería una pausada y profunda conversación. Como siempre, solo quien lleva una buena pregunta (que se refleja en la forma de mirar), puede captar el secreto de lo que ve. Por eso, dice el santo: “mi pregunta fue mi mirada”. Su pregunta era: ¿dónde está, qué es, la perfecta belleza? Anhelaba encontrarla, para que su amor pudiera descansar en ella. La naturaleza respondió con su hermosura.
Pero esta hermosura no disimulaba sus límites y al mismo tiempo señalaba su origen. “Quien me ha hecho es la verdadera hermosura”.
Estas vivencias tienen una larguísima tradición cristiana. Experimentarlas requiere:
– Una mirada sensible a la belleza, anhelante de plenitud y sostenida por la búsqueda personal.
– Situarse en diálogo con Dios, con los ojos puestos en la naturaleza, de forma que ella entre en ese diálogo.
– Llegar a gozar del amor de Dios, en el que no podemos dejar de incluir la naturaleza, obra suya.
Mediante ella conocemos algo de la belleza de Dios y en ella nos sentimos amados por Él. Mirado así, ¿quién osará estropear, destruir o abusar de este don?