Fecha: 24 de octubre de 2021
La invitación a participar en el Sínodo de toda la Iglesia, ya inaugurado en Roma el día 10 y entre nosotros el pasado día 17, viene acompañada por tres palabras que concretan su significado y contienen sendas llamadas: “comunión – participación – misión”.
Es muy importante, no solo entender cada una de estas palabras, sino también descubrir la relación que tienen entre sí y el orden en que están colocadas.
Hacemos esta advertencia precisamente cuando celebramos el Día las Misiones, el Domund, el día en que nos sentimos particularmente misioneros, unidos a tantos hermanos nuestros que evangelizan lejos, donde Jesucristo no es aún conocido.
Este año se anuncia el Domund con el siguiente lema: “Cuenta lo que has visto y oído”. Esta llamada se inspira en aquel bonito texto con el que se inicia la Primera Carta de San Juan:
“Os escribimos acerca de lo que ya existía desde el principio, de lo que hemos oído y de lo que hemos visto con nuestros propios ojos… Os anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído, para que tengáis comunión con nosotros, como nosotros tenemos comunión con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestra alegría sea completa” (1Jn 1,1-4)
Lo primero, fundamental y necesario, es la comunión, la comunidad de personas que han visto y escuchado (la carta dice más, “que han tocado con sus manos”). Estas personas se sienten vinculadas, son una fraternidad en la que cada uno participa, a su modo, de la vida del conjunto. Y es este conjunto, todo él, el que realiza la misión, anuncia a quienes no conocen el misterio de vida que habían visto y oído. Por eso, aunque el lema del día del Domund habla en singular (“anuncia”), el texto de la 1ª Carta de San Juan habla en plural (“Os anunciamos”).
Este mensaje es fundamental para entender y vivir la misión.
– Si decimos que somos hermanos, vivimos en comunión, deberemos participar de la vida eclesial (la comunidad, la Diócesis, la Iglesia). Y si esta comunión – participación no desemboca en la misión (el anuncio y testimonio de lo que creemos) no será verdadera.
– Si decimos que somos misioneros, que anunciamos y testificamos la fe, pero esa misión no nace y se alimenta de la comunión – participación que vive la Iglesia, será inútil. Quizá se hagan muchas cosas, pero serán acciones vacías.
La auténtica misión brota, casi incontenible, del misterio escuchado, visto, “tocado”… y compartido en el interior de la Iglesia.
Celebramos la misa los domingos: asentimos a la Palabra que se proclama, recitamos o cantamos el Credo, comulgamos diciendo Amén al Cuerpo y la Sangre de Cristo. En ese momento estamos siendo misioneros. Al menos así lo hemos de vivir. Solo faltará que, al ser conscientes de ello, sirvamos concretamente a la misión, al anuncio. Al menos, sintiendo que los misioneros que anuncian la fe lejos forman también parte de nuestra comunión y participan de nuestra fe y nuestro amor, son también miembros de nuestra Iglesia.
Los misioneros vieron, escucharon y compartieron la fe tan intensamente que entregaron su vida a anunciarla. Un testimonio que todos hemos de imitar.