Fecha: 28 de noviembre de 2021

Estimados y estimadas. Todas las estaciones del año tienen su belleza, pero el otoño tiene una especial que no siempre sabemos captar. Después de la exuberancia de la primavera y del esplendor del verano, el otoño nos muestra la cara menguante de la naturaleza. El verde lleno de vida de la primavera y el rojo de plenitud del verano dejan paso al amarillo amortiguado del otoño, preludio del invierno: hojas secas formando una alfombra debajo de los árboles, campos labrados a la espera de la siembra, flores mustias que ya no desprenden ningún aroma.

Sin embargo, la naturaleza menguante del otoño tiene una belleza «reflexiva», preludio de una nueva vida. Si la primavera nos invitaba a salir y a disfrutar de la naturaleza naciente, el otoño nos invita a recogernos y a pensar, como si la propia naturaleza nos estuviera ofreciendo esta oportunidad. Porque toda reflexión necesita recogimiento y serenidad. Son tantas las cosas que podemos pensar en la intimidad de nuestra singular existencia, que a menudo nos pasan desapercibidas por su banal cotidianeidad: la belleza de los bosques de colores variados, el dulce latido de la lluvia suave, el rumor del viento que sopla, el merecido descanso tras el trabajo estival, el calor del hogar junto al fuego, la memoria de quienes han muerto, la esperanza de quienes nacerán…

Alguien puede pensar que el mundo que seguía el orden de la naturaleza ha sido tragado por la era industrial, que ha terminado por imponernos su ley. Ya no tenemos contacto directo con la naturaleza, vivimos en aglomeraciones urbanas que nos sumergen en el anonimato, nos desplazamos a velocidades supersónicas que nos impiden gozar de lo que vemos o sentimos. El hombre ha quedado dislocado en el mundo que le rodea, para utilizar la expresión del filósofo Nicolas Grimaldi. Y, sin embargo, el hombre sigue buscando lo que le hace más humano y se sigue formulando las mismas preguntas de siempre. ¿Cómo podemos volver a disfrutar de una vida más humana sin poner en entredicho los progresos que la propia humanidad ha conseguido?

No debe renunciarse ni a la ciencia ni a la técnica, tan sólo se las debe poner en su sitio. Y éste consiste en que tanto una como otra deben estar al servicio del hombre, y no a la inversa. La producción no debe regirse sólo por el rendimiento económico, sino por el bienestar de la humanidad. Si bien es cierto que no siempre debemos renunciar a los progresos de la ciencia y de la técnica, sí que debemos ser capaces de desistir del uso indebido que hacemos de ellos. Cambiar de forma de vivir para hacer un mundo más humano no es ir contra el progreso, sino contra los intereses de algunos y el hedonismo de otros que sólo piensan en sí mismos sin tener en cuenta al resto.

Ahora que, en tiempos de otoño, los cristianos iniciamos también el tiempo de Adviento, el tiempo de espera de una vida nueva, estamos invitados a confrontar nuestros hábitos con la pobreza, la sencillez y la humildad del misterio de la Encarnación. Estamos invitados a reflexionar sobre la forma de obrar de nuestro Dios. En el silencio del otoño y en la espera propia del Adviento, hemos de ser capaces de entender su profundidad. Porque, como decía el poeta, «¡todos los caminos conducen a Roma, pero no llevan a Belén!» (Josep M. de Segarra, El poema de Navidad, canto III).

Vuestro,