Fecha: 5 de diciembre de 2021
En el camino del adviento la figura de Maria se esencial. La solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María es la fiesta mariana por excelencia de este tiempo litúrgico. En ella los cristianos nos alegramos y damos gloria a Dios por el poder de su gracia, que en la Madre del Señor ha mostrado toda su eficacia. El designio de Dios sobre toda la humanidad y sobre cada persona es un proyecto de amor mucho más grande de lo que podemos imaginar. Antes de que nosotros pensáramos en Dios, Él pensó en nosotros. La humanidad entera está bajo el signo de la gracia y el amor de Dios. Y esto no es algo impersonal. Ha pensado en cada uno de nosotros, nos ha destinado a ser santos y nos ha elegido en Cristo para ser sus hijos. Al regalo de la vida ha querido añadir todas estas gracias, sin las cuales la vida humana no tendría sentido porque le faltaría una meta que nos llevara a la verdadera felicidad. Nos ha creado para ser felices, y esa felicidad está en la santidad y en la amistad con Él. Nunca hubiéramos podido imaginar la riqueza de la gloria que Dios quiere regalarnos.
Pero las personas parece que nunca estamos contentas con lo que tenemos, con aquello que recibimos de Dios. Siempre queremos más, desconfiamos de Dios, queremos ser cómo Él. Es una actitud que reaparece a lo largo de la historia de la humanidad y que se manifiesta hoy de muchas maneras: quiere ser como Dios quien pretende determinar por él mismo lo que es bueno y lo que es malo, sin someterse a ningún valor moral; quiere ser como Dios quien utiliza el poder abusivamente para imponer su ideología, invadiendo ámbitos que no le corresponden de la vida de las personas y de las familias; quieren ser cono Dios quienes en lugar de proteger y hacerse servidores de la vida humana justifican la posibilidad de decidir sobre ella; quiere ser como Dios quien abusando de su poder quiere conducir la historia según su ideología, sacrificando a quien no piensa igual; quiere ser como Dios quien no reconoce ningún límite ético al ejercicio de su poder; quiere ser como Dios, en definitiva, quien piensa que es más de lo que realmente es y no acepta su condición de criatura, su fragilidad, y no reconoce que no “tiene nada que no lo haya recibido” de Dios.
Maria, en cambio, nos muestra el camino para volver al designio de Dios, para acoger en nuestra vida su plan de amor: “soy la esclava del Señor”, le dice al ángel después de que este le anunciara que era una criatura de gracia y había sido escogida para ser la Madre del Mesías. Si la serpiente había dicho a nuestros primeros padres “seréis como dioses” (Gn 3,4) y había despertado en ellos el deseo de serlo, Maria responde al ángel: “soy la esclava del Señor”. Si el pecado lleva al orgullo y a la ambición, el fruto de la gracia es el reconocimiento de la propia pequeñez. Maria nos muestra el camino que lleva a la vida: el de la sencillez y la humildad. ¿Cómo es el mundo que construimos cuando queremos ser como dioses? ¿Es más justo? ¿más humano? ¿más digno del hombre? ¿Cómo sería el mundo si todos siguiéramos el camino que la Madre del Señor vivió con toda su humildad, sencillez y naturalidad? Sería una anticipación del Reino de Dios, del Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Que este Adviento vivamos cada uno de nosotros un camino espiritual para ser como Maria, para acoger como Ella a ese Jesús que nos trae la vida de la gracia, y para poder llegar a vivir en esa gracia y esa amistad con Dios que hizo de Maria una criatura única. En el camino del Adviento Maria es el espejo en el que nos tenemos que mirar.