Fecha: 12 de diciembre de 2021
“Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión” (1Te 5, 16-18). Hace dos domingos comentamos brevemente la primera de estas tres exhortaciones del apóstol san Pablo. Constituyen un buen camino espiritual para prepararnos para la Navidad. El Adviento debe ser, ante todo, un tiempo de plegaria. El Señor Jesús, que no oraba solo cuando tenía tiempo, sino que dedicaba tiempo a la oración, animó a sus discípulos a “orar siempre, sin desfallecer” (Lc 18, 1). El mismo Pablo atestigua en sus cartas que, cuando tiene una preocupación por la Iglesia, ora “sin cesar” (Co 1, 9), “noche y día” (2Ti 1, 3), “insistentemente” (1Te 3, 10). También los cristianos debemos orar “siempre… en toda ocasión… con constancia” (Ef 6, 18).
La oración y la vida van siempre unidas. El creyente que tiene una fe auténtica sabe que debe referir a Dios todos los momentos de su vida y estar siempre abierto al Señor. Quien vive en esta disposición interior, la plegaria brota de su corazón de manera espontánea. Las resistencias permanentes para orar ¿no serán signo de que nos falta esta actitud fundamental en la relación con Dios? El Adviento puede ser un tiempo para que cada uno de nosotros revisemos como es nuestra oración. Ella es como un indicador que nos descubre cómo estamos dispuestos para acoger al Señor.
Una oración constante hace que la relación de amistad con el Señor sea cada día más intensa. Esta amistad es la fuente de la alegría cristiana. La oración la alimenta y nos lleva a orar cada vez con más intensidad: “siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría” (Fi 1, 4). La alegría en el Señor es un regalo que puede recibir quien reza. Quien ora constantemente estará siempre alegre en el Señor.
Una oración auténtica nos lleva a vivir la tercera exhortación de san Pablo: “dad gracias en toda ocasión” (1Te 5, 18). El Apóstol en sus cartas concreta: se trata de dar gracias “por todo” (Ef 5, 20); “de corazón” (Co 3, 16); “siempre” (1Co, 1, 4; 1Ti 1, 13); de modo que el cristiano “todo lo que de palabra o de obra” realice, lo haga “dando gracias a Dios Padre por medio de Él (Cristo)” (Co 3, 17). El motivo fundamental de esta actitud de permanente gratitud a Dios no puede ser la realización de nuestros deseos, sino el reconocimiento de “la gracia que Dios nos ha dado en Cristo Jesús” (1Co 1, 4), de los bienes que nos han sido dados con su venida a nuestro mundo.
Esta exhortación tampoco la podemos separar de la vida: es una invitación a situarnos ante Dios, no desde la queja sino desde la gratitud. Cada vez que participamos en la Eucaristía escuchamos que el sacerdote nos recuerda: “Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar”. Se trata de una actitud que debería inspirar todos los momentos de nuestra existencia de modo que la convirtamos en una alabanza alegre y agradecida al Señor. A esto nos debería llevar toda celebración de la Eucaristía.
Os invito a que preparemos la venida del Señor orando sin cesar y dando gracias a Dios siempre y en todo lugar. Si vivimos así, nuestra alegría llegará a plenitud.