Fecha: 27 de febrero de 2022
Estimados y estimadas. Con motivo de la fase diocesana del Sínodo, hablamos a menudo de la importancia de la comunión eclesial. Ahora bien, siempre tenemos que recordar que la comunión no es fruto de la mera simpatía, sino que tiene, como único cimiento, la presencia de Jesús entre nosotros, y, como única finalidad, que él nos manifieste su luz y su paz.
Podría acontecer que un grupo de personas viva de manera plácida, muy avenidas, compartiéndolo todo desde la más exquisita libertad. Nosotros los cristianos sabemos, sin embargo, que solo podemos vivir así cuando, por encima de todo, buscamos a Jesús presente en nosotros y entre nosotros. Nos dice, en efecto, Jesús: «Estad en mí, y yo estaré en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4). Seamos, pues, plenamente conscientes de dejar espacio a Jesús en nuestras vidas y en nuestras relaciones, a fin de que él y solo él sea el centro de todas nuestras actividades cotidianas y eclesiales.
Hay algunos gestos o actitudes que nos pueden ayudar a recordar la centralidad de Cristo. Así, por ejemplo, es muy bonito conservar la costumbre de hacer una plegaria antes de iniciar una reunión eclesial. No se trata solo de un acto de piedad; con este gesto explicitamos que quien preside realmente el encuentro es el Espíritu Santo, y que aquello que nos interesa no es tanto defender el propio interés o el de nuestro grupo, ni siquiera conocer el parecer de la mayoría, sino discernir la maestría del Señor por obra de su Espíritu. Por eso, cuando nos reunimos y dialogamos, tenemos que hacer posible que todo acontezca como una contemplación, en un verdadero deseo de comunión con Jesús, a fin de que nuestra vida eclesial y social quede impregnada de la mentalidad del Reino. Las decisiones que tomaremos nacerán, entonces, de seguir al Maestro, siendo testigos de su amor y agentes del aliento de vida que nos comunica su Espíritu. Si antepusiéramos nuestras urgencias y preocupaciones, nuestros razonamientos y desazones, por muy importantes que fueran, en buena medida lo estaríamos silenciando a él y nos tendríamos que conformar con nuestro discernimiento pobre y parcial. Queramos escucharlo en el fondo de nuestro corazón, velando para darlo siempre a los otros. Y, además, estemos atentos a su presencia en cada uno de los miembros del pueblo santo de Dios, empezando por los más pobres y marginados. No podemos obviar que cada cual aporta un matiz distinto y único, tal como sugiere el papa Francisco con la conocida imagen del poliedro.
Todo esto, en definitiva, no solo enriquece sobradamente a la comunidad eclesial, sino que nos hace tomar conciencia de que la presencia de Cristo muestra su esplendor cuando hay cristianos deseosos de engendrar comunión a imagen de la Trinidad: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). No tengamos miedo de recordarnos los unos a los otros que él es nuestro único Maestro, nuestro único Guía. ¡Busquémoslo!, para que sea él quien, al oído, nos revele los secretos reservados a los más pequeños, secretos de luz que inauguran el cielo nuevo y la tierra nueva. ¡Con este Espíritu, que tengáis todos y todas una santa Cuaresma!
Siempre vuestro,