Fecha: 6 de marzo de 2022

Durante el tiempo de cuaresma que acabamos de iniciar, estamos llamados a recorrer un camino de conversión guiados por la Palabra de Dios. Este año les propondré que meditemos las siete palabras que Jesús pronunció desde la cruz y que los evangelios nos han transmitido. En ellas descubrimos la coherencia absoluta del Señor: murió como había vivido y llevó a la práctica, hasta las últimas consecuencias, aquello que había enseñado a sus discípulos. Cuando nos situamos ante Cristo, que desde el trono de la cruz continúa evangelizando y escuchamos las últimas palabras que pronunció antes de entregar su vida por nosotros, nos encontramos con la esencia del Evangelio, que no solo es proclamado de viva voz, sino vivido en toda su radicalidad.

El evangelista Lucas nos transmite tres: una oración en la que Jesús pide al Padre el perdón para sus perseguidores; una palabra dirigida a uno de los malhechores que habían sido crucificados con Él y que es una promesa de salvación; y la entrega confiada de su espíritu en las manos del Padre. En ellas se nos revela la bondad y la misericordia infinitas del Salvador y su confianza absoluta en Dios.

Juan nos transmite otras tres palabras que nos descubren la teología de la cruz característica de su evangelio. El momento de la muerte es, al mismo tiempo, la culminación de la obra de Cristo, la hora de su glorificación y del nacimiento de la Iglesia, representada por María, el Discípulo Amado y las santas mujeres que se encuentran al pie de la cruz.

Mateo y Marcos solo nos transmiten una palabra de Jesús (que no se encuentra en los otros evangelios): el grito de quien experimenta lo que significa sentirse abandonado por Dios con el que comienza el salmo 22, que no es la oración de un desesperado, sino de alguien que confía en Dios en el momento del máximo sufrimiento.

Cuando meditamos la Pasión podemos distinguir tres niveles. El primero es lo que contemplaron quienes asistieron a aquel espectáculo: la atrocidad del suplicio que Cristo compartió con dos malhechores; la consumación de una condena injusta después de un proceso en el que la sentencia se había dictado antes del juicio; o el rechazo por parte del pueblo de alguien que había pasado haciendo el bien. En segundo lugar, podemos fijarnos en cómo Cristo vivió su muerte, en los sentimientos que en ese momento de angustia afloran desde el interior de su corazón: murió perdonando y compadeciéndose de la humanidad necesitada de salvación. La fe nos ayuda a profundizar todavía más: la cruz es un misterio de amor y de vida; en Jesús, Hijo único de Dios y hombre verdadero, se realiza la salvación del mundo; Él murió por todos los hombres. No solo por sus amigos, sino también por sus enemigos.

Estas palabras nos ayudan a penetrar en el misterio de la persona del Señor y en la grandeza de su obra redentora en favor de todos. Si las escuchamos con devoción y las acogemos en nuestro corazón, como hizo María cuando estaba al pie de la cruz, nuestro camino cuaresmal nos llevará a la auténtica renovación pascual.