Fecha: 24 de abril de 2022

Cada año en el Día de Pascua resuena en la misa este texto de S. Pablo a los Colosenses: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2). No desprecia la creación sino que es una invitación esperanzada a vivir de otro modo, resucitados, desde arriba; no «mundanamente», o irresponsablemente hacia los hermanos. Nunca “indiferentes”, como reclama el Papa, sino que ya que somos hombres y mujeres, nada humano nos es ajeno (cf. Terencio y Unamuno).

Estamos celebrando la cincuentena pascual. Cristo Resucitado disipa los miedos y nos abre a una esperanza que comienza pero no termina en este mundo, sino que busca la eternidad. Estamos llamados a vivir una espiritualidad pascual, bautismal y sinodal. Las promesas bautismales que renovamos en la Vigilia pascual debe ser como un nuevo sí, obediente y humilde, a nuestro Señor y a su Esposa, la Iglesia santa. Ya hemos muerto y hemos resucitado sacramentalmente, hasta que ocurra realmente. Debemos buscar lo que nunca muere, y por eso queremos servir a todos, amando como Jesús, predicando el Evangelio, celebrando la Eucaristía que salva el mundo, ayudando a los pequeños y los pobres, acompañando a los hermanos que nos han sido dados en la gran familia que es la Iglesia.

Podemos recorrer el camino de la vida «ordinaria», intentando ser «santos» en las cosas normales y ordinarias de nuestra existencia. El Concilio Vaticano II afirma que «la llamada a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, se dirige a todos los que creen en Cristo, cualquiera que sea su categoría y estado» (LG 40). Y el Papa Francisco recomienda: “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra, (…) luchando por el bien común y renunciando a los intereses personales. Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por Él, elige a Dios una y otra vez.” (“Gaudete et exsultate” n.15).

Jesucristo, nuestro Dios y nuestro hermano, es el hito del camino de nuestras vidas, que está en Dios, y al mismo tiempo Él mismo es el camino -“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6)- por dónde debemos transitar, si queremos vivir de verdad la vida. Nos hace bien tomar conciencia, de nuevo, en esta Pascua. Nos conviene entender el sentido de nuestra vida según el sentido que Dios quiere darle. Esta es una existencia pascual. Sólo así la transitoriedad, la caducidad es superada. No con la acumulación de trabajo o experiencia vivida o de disfrute. Lo que confiere duración y plenitud es el vínculo misterioso que nos une con Dios, y en el que se actúa su guía, o lo que podemos llamar la “providencia” divina. En esta comunión aprendemos que Dios, y también yo –por su gracia– sabemos qué es lo que realmente importa. De este modo -dice el gran teólogo Romano Guardini- en medio del pasar, surge la eternidad real. Somos fruto del querer amoroso del Creador y Señor de la vida y de la historia. Nuestra vida es valiosa y llena de dignidad, porque somos fruto de un pensamiento de amor que Dios ha tenido desde toda la eternidad, y ha querido que existiéramos y que llegáramos a esta Pascua. Vivamos la alegría de ser hijos de Dios, ya resucitados, y que esperamos “un cielo nuevo y una tierra nueva”.