Fecha: 22 de mayo de 2022
Afirmamos, bien convencidos, que la Iglesia nacida de la Resurrección de Cristo es un Pueblo Profético y que su palabra es libre.
Pero no solo es libre al hablar, sino en todos los aspectos de su existencia. La Iglesia, ella misma, es un Pueblo libre.
Es libre, no porque, como cada persona humana o institución legítima, reivindique sus derechos; menos aún porque la autoridad civil o las leyes se los reconozcan, sino sencillamente porque “su alma”, su ser, es el Espíritu y donde está el Espíritu allí está la libertad (como nos enseñó San Pablo: cf. 2Co 3,17) El primer efecto del Espíritu de Jesucristo es liberar de la triple esclavitud, que somete a cada uno y a toda la humanidad: la ley, el pecado y la muerte.
Que la Iglesia es el Pueblo de Dios libre, constituye una verdad muchas veces molesta y siempre amenazada. Es una verdad que, a lo largo de historia, ha conducido a muchos cristianos al martirio. Y una verdad que sacó adelante el mismo Espíritu de Jesucristo, frente a todas las fuerzas contrarias, que desde los inicios buscaban combatirla.
La primera amenaza a la Iglesia libre vino de dentro, es decir, de los que confesaban ser cristianos, pero seguían imponiendo todos los preceptos de la Ley Antigua, como necesarios para salvarse. El Espíritu diseñó con aquella Iglesia una verdadera historia de libertad, como vemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Otras muchas amenazas han asediado a la Iglesia a lo largo de su historia, provenientes de poderes que no soportan esa libertad. Unos queriendo someter la Iglesia y ponerla al servicio de su propia causa, otros debilitándola con astucia, otros simplemente destruyéndola. El Espíritu siempre hizo salir de estos asedios una Iglesia purificada, es decir, más libre.
La Iglesia, que camina en esta historia sin privilegios angélicos, se ve sometida a las mismas formas de muerte que esclavizan a toda la humanidad. También el Espíritu del Resucitado ha ido haciendo brotar en la Iglesia realidades de vida que la sostienen, permitiéndole atravesar toda clase de sufrimientos y fracasos…
Pero ¿qué significa exactamente “una Iglesia libre”?
La historia de la Iglesia y la Palabra de Dios nos muestran que la libertad de la Iglesia, como la de todo cristiano, no es una facultad o un simple derecho a decidir autónomamente, sino que siempre será una libertad para vincularse por el amor (Cf. Gal 5,13-26). Como el Pueblo de Israel, que fue liberado de la esclavitud de Egipto para que en pleno camino del desierto se vinculara por amor en la Alianza del Sinaí.
No hablamos en abstracto, sino teniendo presentes muchas realidades concretas de la vida eclesial. Así, hoy centramos la mirada en la Pastoral Sanitaria. En ella mantenemos una lucha justa para que sean reconocidos la libertad y el derecho a objetar en conciencia contra la eutanasia. Pero lo hacemos, no para lograr poder autónomo, sino para amar y servir a la vida del enfermo, para vincularnos en el servicio de amor concreto a los que sufren.
Como todos los que se dedican a servicios concretos en la Iglesia a favor de los necesitados, los voluntarios que se entregan al servicio de la pastoral con los enfermos saben que el amor concreto, que ellos han de mantener vivo constantemente, les compromete y resta posibilidades de acción en otros campos. Pero no dejan de ser Iglesia libre, porque ante todo desean sobre todo ser libres para amar.