Fecha: 5 de junio de 2022

Hoy celebramos Pentecostés, la segunda fiesta más importante para los cristianos después de la Pascua de Resurrección. La palabra significa “cincuentena” y hace referencia a los cincuenta días que van desde Pascua hasta Pentecostés. En tiempos de Jesús y en el Antiguo Testamento era la fiesta de las cosechas y los israelitas la unieron a la Alianza en la montaña del Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Jesús había prometido a sus discípulos que enviaría el Espíritu Santo: “Yo rogaré al Padre, que os dará otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que se quede con vosotros para siempre” (Jn. 14, 1).

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos dice que “durante la celebración del día de Pentecostés se encontraban todos juntos en un mismo lugar cuando, de repente, se oyó venir del cielo un sonido como si se girase un viento violento y llenó toda la casa donde se encontraban. Entonces se les aparecieron como unas lenguas de fuego que se distribuyeron y se pusieron sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch. 2, 1-4).

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Éste es el fruto precioso que Jesús, muriendo en la cruz, derramó sobre el mundo, y sigue haciéndolo sobre los hombres y mujeres que quieren recibirlo. Él, que estaba lleno del Espíritu Santo, murió traspasado para poder derramar por las heridas de su cuerpo ese Espíritu Santo. Nosotros, recibiéndolo, somos hechos hijos de Dios, participamos de su mismo y único Espíritu y participamos así de su vida, la vida de Dios.

Nosotros le necesitamos, el mundo lo necesita. Lo hemos recibido en el Bautismo y en la Confirmación y como Jesús debemos llevarlo al mundo que lo necesita. Lo haremos presente con nuestra entrega, con nuestros sufrimientos también, dando nuestra vida poco a poco, en el lugar que el Señor nos ha puesto a cada uno.

Y no es porque sí que decimos que el mundo lo necesita. Es bien clarala situación de confusión en que el mundo se encuentra. El desprecio de la vida humana, ya sea antes de nacer o en situaciones límites de enfermedad, la falta de respeto, los abusos de poder y de todo tipo, las injusticias, las guerras que rompen vidas.

Pidamos mucho la venida del Espíritu Santo. Hagámoslo con los gritos de nuestro corazón. Nos puede ayudar la “Secuencia” de este domingo de Pentecostés:

Ven, Espíritu Santo,

Envía tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre,

don, en tus dones espléndido,

luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

 

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que seca las lágrimas

y reconforta en los duelos.

 

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre,

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado,

cuando no envías tu aliento.

 

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde

calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

 

Reparte tus siete dones,

según la fe de sus siervos;

por tu bondad y tu gracia,

dadle al esfuerzo su mérito;

salva lo que busca salvarse

y danos tu gozo eterno.

Amén.