Fecha: 19 de junio de 2022
El hermano Carlos de Foucauld ha sido declarado santo por la Iglesia.
Por muchas razones este hecho es motivo para la alabanza y la acción de gracias.
Particularmente al celebrar la solemnidad del Corpus Christi. Porque no se puede recordar a Carlos de Foucauld sin pensar y hablar de la Eucaristía. Realidades unidas e inseparables: Eucaristía – conversión – pobreza – oración – fraternidad… amor.
Solemos pensar que la Eucaristía es un punto de llegada en el proceso de la fe (esperamos a la maduración, al proceso de “mentalización”, para que el sujeto pueda acceder a la Eucaristía). Sin embargo, Carlos de Foucauld vivió su conversión en un momento muy concreto, que consistió en la confesión con el padre Huvelin y la comunión subsiguiente. Un estudioso de su figura dirá que en aquella participación de estos sacramentos está en germen toda su espiritualidad. Para él captar y vivir el perdón y el significado profundo de la Eucaristía significó el inicio fundamental de toda su vida de fe. Solo precedió a aquel momento un esfuerzo por “arreglar su vida”, que hasta entonces había sido una verdadera depravación y desenfreno.
El primer estímulo que desencadenó toda su vida espiritual fue el asombro ante la cualidad y la magnitud del amor que Jesús comunica en la Eucaristía. El sol que deshizo los nubarrones de su drama interior fue el hallazgo del hecho, plasmado en el sacramento de la Eucaristía: cómo y hasta qué punto Jesús nos ha amado.
Respecto del cómo nos ha amado Jesús él no apartará la mirada de la pobreza, el abajamiento, la humildad extrema de este amor. Este será el modo más claro de la autenticidad y perfección del amor, es decir, de su gratuidad.
Esta visión desencadenará, junto a un profundo movimiento de agradecimiento y alabanza, un intenso deseo de imitación. Y a medida que vaya profundizando en esta experiencia eucarística, irá creciendo su búsqueda mística del rostro de Cristo y su decisión de imitarle a la letra en su forma de vida.
Vive el sacramento como lo que es realmente, como un acontecimiento concreto, palpable, visible. Es decir el amor más sublime hecho accesible a nuestros sentidos. Vivió esta verdad al pie de la letra: la Eucaristía es realmente “amor tangible”. Es decir, amor divino real, abajado, humillado, en realidades humanas (el pan y el vino). La consecuencia más decisiva para él será que tenía que vivir de forma tal que ese amor fuera igualmente concreto y tangible, es decir, en pobreza, sencillez, ocultamiento y entregándose a lo demás en radical gratuidad.
Por esta vía, la de la pobreza personal al estilo de Jesús entrarán en su vida los pobres. No necesitó inspirarse en ningún razonamiento teológico, ni proyectar ningún programa de transformación de la realidad sociológica, ni activar ninguna emoción sensiblera. Simplemente amaba y servía a los pobres, con tanta gratuidad que ninguna muralla de raza o lengua podía detener su fuerza de amar.
Le bastaba con ser como Jesús y vivir una existencia eucarística.