Fecha: 3 de julio de 2022
En el texto evangélico que se proclama en la Eucaristía de este domingo se nos relata el envío misionero de los 72 discípulos a aquellos lugares y aldeas a las que pensaba ir Jesús. Aunque se circunscribía a un ámbito geográfico muy limitado, el número de discípulos tiene un valor simbólico, porque indica la universalidad de la misión de la Iglesia que debe abarcar todos los pueblos (en el libro del Génesis se mencionan 72 naciones cuando se quieren indicar todos los pueblos de la tierra). Se trata de un gesto que anticipa la misión a la que serán enviados los discípulos después de la resurrección, por lo que las indicaciones que Jesús les da valen para la Iglesia de todos los tiempos.
En primer lugar, el Señor no los anima asegurándoles un éxito mundano, más bien les advierte de las dificultades con las que se van a encontrar: “Mirad que os envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10, 3). La expresión es dura y enviar a alguien en esas condiciones parece un acto de irresponsabilidad. Pero es que en realidad la misión de los discípulos no es más que una continuación de la misión de Cristo que fue enviado por el Padre como el “Cordero” en medio de los hombres que se comportaron con Él como lobos. Sin embargo, no fue derrotado: el Cordero degollado ha vencido la muerte y es el Señor de la historia. Las dificultades que provienen del mundo constituyen pues algo normal para la Iglesia de todos los tiempos, pero ello no significa que el Evangelio sea derrotado o que Ella ha fracasado en su misión. Tampoco el éxito de la Iglesia cuando goza de poder o de prestigio significa que el Evangelio ha triunfado. Frecuentemente detrás de un aparente fracaso humano, el Evangelio es más fuerte y, por el contrario, un excesivo poder puede ocultar una gran debilidad e inautenticidad cristiana. La fuerza del Reino de Dios no se mide por el poder humano.
Jesús instruye a sus discípulos sobre lo que van a necesitar para la misión a la que les envía. Cuando nosotros preparamos un viaje, tenemos planes o proyecto o programamos una actividad, lo primero que pensamos son los preparativos para realizar lo que nos proponemos. Jesús, en cambio, les da unas indicaciones que nos pueden resultar sorprendentes: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10, 4). Ello no significa que la Iglesia no necesite medios materiales para realizar su misión, sino que la eficacia de la misma no depende de estos. En algún momento de mi ministerio episcopal he visitado países cuyas iglesias y comunidades parroquiales no tienen los medios que tenemos nosotros, pero he podido constatar que eran comunidades vivas: tienen ilusión por anunciar el Evangelio, generosidad en la colaboración en la vida eclesial, atención a los más pobres… Podemos tener iglesias con muchos medios y poca vida y, por el contrario, comunidades con pocos medios y mucha vida. La vida eclesial no depende de los medios materiales.
¿Qué es lo esencial para la misión? “Cuando entréis en una casa, decid primero: <<paz a esta casa>>. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz” (Lc 10, 5-6). Es la paz de Cristo y la alegría del Evangelio lo único necesario para anunciar la Buena Nueva. Si tenemos muchas cosas y no vivimos la fe con alegría, la Palabra no fructificará en el corazón de los hombres. En cambio, si hacemos visible la alegría del Evangelio, aunque no tengamos muchos medios, este arraigará en nuestro mundo.