Fecha: 18 de septiembre de 2022
El próximo sábado celebramos la fiesta de la Virgen de la Merced, una advocación mariana unida históricamente a la fundación de la orden mercedaria para el rescate de los cautivos. Según la tradición, la Virgen María inspiró esta fundación a san Pedro Nolasco, a san Ramón de Peñafort y al rey Jaime I. Esta vinculación al carisma de los mercedarios ha llevado a que esta fiesta mariana se celebre de una manera especial en los centros penitenciarios. La Virgen María es para las personas que carecen de libertad un signo de consuelo y de verdadera esperanza. Por ello, os invito a que durante esta semana tengamos presentes en nuestra oración a los presos y a sus familias y seres queridos. Que ellos ocupen en nuestro corazón el lugar que ocupan en el corazón de la Santísima Virgen.
En nuestra diócesis no existe ningún centro penitenciario, pero no olvidemos que sí que hay presos que son naturales de nuestros pueblos y que, por tanto, forman parte de nuestra comunidad eclesial. Por ello, dos grupos de voluntarios colaboran con los equipos de pastoral de los centros penitenciarios de Mas d’Enric en Tarragona y Albocàsser en Castelló. Acercarse con actitud cristiana a quienes están privados de libertad porque cumplen una condena exige, en primer lugar, evitar cualquier juicio condenatorio. La sociedad, per medio de sus instituciones judiciales, puede juzgar los hechos de una persona, pero ello no puede llevarnos a un juicio global sobre ella. Nuestro conocimiento de los demás es parcial y limitado. En el fondo, solo Dios conoce el interior de cada una de sus criaturas y no deja nunca de amarlas. Acompañar a los privados de libertad significa ayudarles a que no olviden que, aunque en muchos momentos puedan sentirse rechazados y lleguen a pensar que nadie los quiere, esto no es cierto: Dios es siempre fiel en el amor a sus hijos.
El amor cristiano se rige por una lógica propia. Mientras que las personas en nuestras relaciones tenemos una tendencia natural a amar a quienes nos pueden corresponder; el cristiano, siguiendo el ejemplo de su Señor, tiene que amar a quienes más necesitados están de ser amados. La medida de la caridad la determina las necesidades del otro. Las personas privadas de libertad necesitan a menudo ser escuchadas y acompañadas; sentir que alguien las valora por lo que son y no por lo que hayan podido hacer. Y cuando sienten que alguien les dedica parte de su tiempo y se preocupa por ellas, manifiestan un gran sentimiento de gratitud y son capaces de expresar lo mejor que hay en su interior.
La libertad es un bien esencial de la persona humana, y su privación solo se justifica cuando no se encuentran otros caminos para garantizar la convivencia y el bien de la sociedad. En cualquier caso, no se tiene que olvidar que la persona privada de libertad por el motivo que sea no pierde la dignidad propia del ser humano y, por eso, se tienen que evitar los castigos y penas innecesarias que únicamente buscan humillarla más. La privación de libertad no justifica que los otros derechos de la persona sean recortados. Estoy convencido que la presencia de los voluntarios en los centros penitenciarios es una gran ayuda para que los presos se sientan más valorados en su dignidad humana.