Fecha: 30 de octubre de 2022
Estimadas y estimados, el arte y el patrimonio cultural han tenido siempre un mosaico de funciones. Las estatuas de los faraones tenían por función informar sobre su vida o su muerte. La métrica de los versos de Homero facilitaba la recitación, puesto que la poesía permite recordar mejor que la prosa. Los retablos medievales estaban pensados para ilustrar la vida de Jesús a una población que no sabía ni leer ni escribir. El barroco estimulaba el sentimiento de los fieles y, por eso, las formas eran exageradas y ampulosas.
La funcionalidad también ha estado presente en la arquitectura, como mostró el historiador Georges Duby al presentar la historia de la época medieval —Le temps des cathédrales— desde tres modelos de edificios: el monasterio, la catedral y el palacio: todo tiene una función en el diseño y la disposición de los elementos arquitectónicos. Encontramos, pues, la función litúrgica, catequética e histórica, la de cohesionar la feligresía y socializar a la población y la de vertebrar la sociedad y el urbanismo. Y los ejemplos podrían multiplicarse.
Sin embargo, la función principal del arte es hacer pensar. El arte nos lleva siempre más allá de las formas estéticas. Por eso Miró pintaba cuadros sin formas; incluso a uno de ellos le puso por título «Templo», porque el artista consideraba que la actitud del observador ante la obra de arte debía ser como si se encontrara en un templo: nada debía distraerlo de lo esencial. El arte hace pensar, nos lleva más allá de las formas estéticas, nos lleva a mirar con los ojos interiores. El pintor expresionista alemán Emil Nolde afirmaba que pintava «cuadros invisibles». ¿Cómo pintar cuadros invisibles? Porque «en mis cuadros» —decía— «lo importante es lo que no se ve».
Y así es. El arte cristiano nos eleva el corazón y nos transporta hasta llegar a lo que no se ve, es decir, a lo trascendente, al misterio que nos ocupa. El arte cristiano emana de la Biblia, de la Sagrada Escritura y de la historia del pueblo santo de Dios. Goethe estaba convencido de que el Evangelio era la «lengua materna de Europa». La Biblia es «el gran código» de la cultura universal: los artistas han impregnado sus pinceles en este alfabeto teñido de historias, símbolos, figuras… Pero es para todos, creyentes o no. Las obras inspiradas en la Escritura son un reflejo del misterio insondable que envuelve y está presente en el mundo. Por eso, la Biblia no sólo es necesaria para la persona creyente, sino para todos, para descubrir de nuevo los significados auténticos de las diversas expresiones culturales, y para reencontrar nuestra identidad histórica, civil, humana y espiritual.
De ahí que sea necesario conservar y mantener el legado artístico, porque nos conduce a pensar, y eso es lo que nos hace humanos. De ahí la relevancia de Catalonia sacra —que ha celebrado con júbilo el décimo aniversario— en la tarea de conservar y mantener el arte cristiano en Cataluña. Es un proyecto conjunto de las diez diócesis con sede en Cataluña, creado con la voluntad de dinamizar el patrimonio cultural de la Iglesia, ofreciendo formación e información, y generando actividades para la mejora de su conocimiento.
Vuestro.