Fecha: 8 de enero de 2023
Costó mucho que en la Iglesia se llegase a proclamar que María era realmente “Madre de Dios”. Exactamente 431 años, cuandoasí lo declaró sinodalmente la Iglesia en Éfeso. Era una afirmación realmente escandalosa para los filósofos bien pensantes, para la razón ilustrada, como lo puede ser hoy.
No son solo a las razones filosóficas lo que provoca escándalo esta afirmación, sino también a esa idea tan generalizada de que ser madre es poco más que un acto biológico que una mujer decide según el deseo, la tendencia, el momento oportuno desde el punto de vista social, económico o psicológico (“emocional”). Se ve que desde aquí es muy difícil llegar a aceptar que una mujer como María de Nazaret pueda llegar a ser considerada “madre de Dios”.
Bienvenida sea en la Iglesia la reivindicación de que la maternidad ha de ser un acto consciente y voluntario de la madre. Pero quisiéramos que esta consciencia y libertad diera un paso más. Es decir, que fuera un auténtico acto de amor consciente y libre, en continuidad con el acto de amor que es el origen en su seno de una nueva vida humana. Naturalmente, si tampoco es un acto de amor consciente el momento de engendrar vida, difícilmente lo será tener un hijo. Será difícil, pero no imposible; más aún deseable, porque es amor también saber recibir y acoger vida, aunque no haya sido buscada…
Que María de Nazaret fuera realmente Madre de Dios solo se puede entender dentro de la lógica del amor. La lógica del amor de Dios, del amor que Él nos tiene, que es siempre fecundo y cuanto más perfecto es ese amor en nosotros, más fecundo será. “Engendrar a Dios en nosotros y en los hermanos…” ¿No es esa la misión de la Iglesia y la de cada uno en ella?
Lo entienden muy bien quienes han penetrado vitalmente en esa lógica del Espíritu, como, por ejemplo nuestros hermanos ortodoxos. Virgil Gheorghiu, en su conocida obra “La hora veinticinco”, confesaba:
“La fe es exactamente como el calor. Se transmite. Se la recibe de la madre. Con el calor de su seno. De su leche. De sus labios. En ese momento es cuando se comienza a tener fe. Como se deja de tener frío tocando alguna cosa caliente. Para mí la fe es, en primer lugar, el calor de la madre. Es la vida misma… Nos ha sido transmitida directamente con la vida por nuestra madre…”
Ella (mi madre) era una teodidacta instruida, no en una escuela ni por sí misma, sino por Dios… Su ignorancia estaba hecha de simplicidad pura, la de poseer un único y simple pensamiento, que escucha la Palabra sin juzgarla…”
Parece que se ha estudiado seriamente la comunicación existente entre la madre y el hijo que lleva en su seno y los resultados no dejan de ser sorprendentes. Solo eso debería plantear serios interrogantes a los defensores del aborto. Aquí queremos reflexionar un poco más.
Entendemos que la maternidad no solo es parir vida humana, sino engendrar personas, en un proceso que comienza en el momento de la concepción y que sigue intensamentedurante el tiempo de la educación… y toda la vida. De forma que el calor de vida, ese que hace vivir, hace posible hasta la misma fe en el Dios que ama maternalmente.
No es una asignatura a aprender, sino una virtud (fuerza) que se ha de cultivar en el corazón libre y generoso.