Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La semana pasada visité dos países africanos: la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Doy las gracias a Dios que me ha permitido realizar este viaje, deseado desde hace tiempo. Dos “sueños”: visitar al pueblo congoleño, custodio de un país inmenso, pulmón verde de África: junto a la Amazonia, son los dos pulmones del mundo. Tierra rica de recursos y ensangrentada por una guerra que no termina nunca porque siempre hay quien alimenta el fuego. Y visitar al pueblo sursudanés, en una peregrinación de paz junto al arzobispo de Canterbury Justin Welby y al moderador general de la Iglesia de Escocia, Iain Greenshields: fuimos juntos para testimoniar que es posible y necesario colaborar en la diversidad, especialmente si se comparte la fe en Jesucristo.
Los primeros tres días estuve en Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo. Renuevo mi gratitud al presidente y a las otras autoridades del país por la acogida que me reservaron. Inmediatamente después de mi llegada, en el Palacio Presidencial, pude dirigir el mensaje a la nación: el Congo es como un diamante, por su naturaleza, por sus recursos, sobre todo por su gente; pero este diamante se ha convertido en motivo de contiendas, de violencias, y paradójicamente de empobrecimiento del pueblo. Es una dinámica que se encuentra también en otras regiones africanas, y que vale en general para ese continente: continente colonizado, explotado, saqueado. Frente a todo esto dije dos palabras: la primera es negativa, “¡basta!”, ¡basta de explotar África! He dicho otras veces que en el inconsciente colectivo está “África debe ser explotada”: ¡basta con esto! Dije eso. La segunda es positiva: juntos, juntos con dignidad, todos juntos, con respeto recíproco, juntos en el nombre de Cristo, nuestra esperanza, ir adelante. No explotar e ir adelante juntos.
Y en el nombre de Cristo nos hemos reunido en la gran Celebración eucarística.
También en Kinsasa hubo otros encuentros: con las víctimas de la violencia en el este del país, la región que desde hace años está desgarrada por la guerra entre grupos armados manejados por intereses económicos y políticos. No pude ir a Goma. La gente vive en el miedo y en la inseguridad, sacrificada en el altar de negocios ilegales. Escuché los testimonios impactantes de algunas víctimas, especialmente mujeres, que depositaron a los pies de la Cruz armas y otros instrumentos de muerte. Con ellos dije “no” a la violencia, “no” a la resignación, “sí” a la reconciliación y a la esperanza. Han sufrido mucho y siguen sufriendo.
Después me reuní con representantes de diferentes obras de caridad presentes en el país, para darles las gracias y animarlos. Su trabajo con los pobres y para los pobres no hace ruido, pero día tras día hace crecer el bien común. Y sobre todo con la promoción: las iniciativas de caridad deben estar siempre en primer lugar para la promoción, no solo para la asistencia sino para la promoción. Asistencia sí, pero promoción.
Un momento entusiasmante fue el encuentro con los jóvenes y los catequistas congoleños en el estadio. Fue como una inmersión en el presente proyectado hacia el futuro. ¡Pensemos en la fuerza de renovación que puede llevar a esa nueva generación de cristianos, formados y animados por la alegría del Evangelio! A ellos, a los jóvenes, les indiqué cinco caminos: la oración, la comunidad, la honestidad, el perdón y el servicio. A los jóvenes del Congo les dije: vuestro camino es este; oración, vida comunitaria, honestidad, perdón y servicio. Que el Señor escuche el grito que invoca paz y justicia.
Después, en la Catedral de Kinsasa me reuní con los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y las consagradas y los seminaristas. Son muchos y son jóvenes, porque las vocaciones son numerosas: es una gracia de Dios. Les exhorté a ser servidores del pueblo como testigos del amor de Cristo, superando tres tentaciones: la mediocridad espiritual, la comodidad mundana y la superficialidad. Que son tentaciones ―yo diría― universales, para los seminaristas y para los sacerdotes. Cierto, la mediocridad espiritual, cuando un sacerdote cae en la mediocridad, es triste; la comodidad mundana, es decir, la mundanidad, que es uno de los peores males que pueden suceder a la Iglesia; y la superficialidad. Finalmente, con los obispos congoleños compartí la alegría y la fatiga del servicio pastoral. Les invité a dejarse consolar por la cercanía de Dios y a ser profetas para el pueblo, con la fuerza de la Palabra de Dios, ser signos de cómo es el Señor, de la actitud que tiene el Señor con nosotros: compasión, cercanía y ternura. Son tres maneras de cómo el Señor se relaciona con nosotros: se hace cercano ―la cercanía― con compasión y con ternura. Esto pedí a los sacerdotes y a los obispos.
Después, la segunda parte del viaje tuvo lugar en Yuba, capital de Sudán del Sur, Estado nacido en 2011. Esta visita tuvo una fisonomía totalmente particular, expresada por el lema que retomaba las palabras de Jesús: “Rezo para que sean una sola cosa” (cfr. Jn 17,21). De hecho, se trató de una peregrinación ecuménica de paz, realizada junto a los jefes de dos Iglesias históricamente presentes en esa tierra: la Comunión Anglicana y la Iglesia de Escocia. Era el punto de llegada de un camino iniciado hace algunos años, que nos había visto reunidos en Roma en 2019, con las autoridades sursudanesas, para asumir el compromiso de superar el conflicto y construir la paz. En 2019 se hizo un retiro espiritual aquí, en la Curia, de dos días, con todos estos políticos, con toda esta gente aspirante a los puestos, algunos enemigos entre ellos, pero estaban todos en el retiro. Y esto dio la fuerza para ir adelante. Lamentablemente el proceso de reconciliación no ha avanzado mucho, y el recién nacido Sudán del Sur es víctima de la vieja lógica del poder, de la rivalidad, que produce guerra, violencias, refugiados y desplazados internos. Agradezco mucho al señor presidente la acogida que nos dio y cómo está tratando de gestionar este camino nada fácil, para decir “no” a la corrupción y al tráfico de armas y “sí” al encuentro y al diálogo. Y esto es vergonzoso: muchos países llamados civilizados ofrecen ayuda a Sudán del Sur, y la ayuda consiste en armas, armas, armas para fomentar la guerra. Esto es una vergüenza. Y sí, ir adelante diciendo “no” a la corrupción y al tráfico de armas y “sí” al encuentro y al diálogo. Solo así podrá haber desarrollo, la gente podrá trabajar en paz, los enfermos curarse, los niños ir al colegio.
El carácter ecuménico de la visita a Sudán del Sur se manifestó en particular en el momento de oración celebrado junto con los hermanos anglicanos y con los de la Iglesia de Escocia. Juntos escuchamos la Palabra de Dios, juntos le dirigimos oraciones de alabanza, de súplica y de intercesión. En una realidad fuertemente conflictual como la de Sudán del Sur este signo es fundamental, y no es descontado, porque lamentablemente está quien abusa del nombre de Dios para justificar violencias y abusos.
Hermanos y hermanas, Sudán del Sur es un país de unos 11 millones de habitantes ―¡pequeño!― de los cuales, a causa de los conflictos armados, dos millones son desplazados internos y otros tantos han huido a países vecinos. Por esto quise reunirme con un gran grupo de desplazados internos, escucharlos y hacerles sentir la cercanía de la Iglesia. De hecho, las Iglesias y las organizaciones de inspiración cristiana están en primera línea junto a esta pobre gente, que desde hace años vive en los campos para desplazados. En particular me dirigí a las mujeres ―hay mujeres valientes allí― que son la fuerza que puede transformar el país; y animé a todos a ser semillas de un nuevo Sudán del Sur, sin violencia, reconciliado y pacificado.
Luego, en el encuentro con los pastores y los consagrados de esa Iglesia local, miramos a Moisés como modelo de docilidad a Dios y de perseverancia en la intercesión.
Y en la celebración eucarística, último acto de la visita a Sudán del Sur y también de todo el viaje, me hice eco del Evangelio animando a los cristianos a ser “sal y luz” en esa tierra tan probada. Dios no pone su esperanza en los grandes y en los poderosos, sino en los pequeños y en los humildes. Así es como se mueve Dios.
Doy las gracias a las autoridades de Sudán del Sur, al señor presidente, a los organizadores del viaje y a todos aquellos que han puesto su esfuerzo, su trabajo para que la visita saliera bien. Doy las gracias a mis hermanos, Justin Welby e Iain Greenshields, por haberme acompañado en este viaje ecuménico.
Recemos para que, en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, y en toda África, broten las semillas de su Reino de amor, de justicia y de paz.