Fecha: 10 de diciembre de 2023
Estimadas y estimados, el pasado 2 de septiembre se cumplían 400 años de la muerte en Vallfogona de Riucorb, de su párroco más insigne, Mn. Francesc Vicenç García, el poeta más importante del barroco catalán. No quiero acabar el año dedicado a esta efeméride sin hablar de ello, dado que es insigne referencia en cualquier estudio de nuestra lengua.
Más allá de los detalles de su vida, querría en esta carta dominical subrayar sus composiciones desde el ámbito de la fe, porque no siempre se ha tenido en cuenta que fue un hombre de Dios, incluso en este año dedicado a él que se ha llevado a cabo en todo el país. Querría destacar tres momentos. El primero, cuando en 1621 predicó en la catedral de Girona con motivo del fallecimiento del rey Felipe III. Se trata de un opúsculo, el único que fue editado en vida suya, donde, en catalán de la época y con gran elocuencia, describe la banalidad de la condición humana y que Dios acaba siendo nuestra única esperanza. Entre otras cosas afirma: «Mira a Felipe Tercero, señor de tantos reinos, obedecido de tantas naciones, el que tenía empadronadas y sujetas a su dominio tantas y tan remotas provincias, vasallo de la muerte, convertido en un capazo de tierra». «Este es el límite que Dios ha puesto al mar de esta vida».
El segundo momento, se trata de un bello diálogo entre Jesús y Santa Teresa, para explicar un hecho de la vida de la santa, sucedido en la celebración de la Eucaristía. Ante el sufrimiento espiritual interior de Teresa, Jesús la consuela y le ofrece un clavo de su propia cruz.
Y el tercer momento es cuando el Rector vive la realidad de su propia muerte recluido en la vicaría de Vallfogona, muy pocos días antes de morir. Allá compone un admirable Canto de Agonía, que rezuma el convencimiento de que se le acaba el vivir en este mundo y, al mismo tiempo, una admirable fe en Jesucristo. Empieza: «Desde este catafalco incógnito, en que, condenado a muerte, de la inexorable Parca espero el terrible golpe. Desde aquí, Señor, intento lanzaros flechas de amor, si bien la mano poco versada teme no acertaros el corazón». Y acaba con esta emocionante despedida: «Ya el alma está en guardia, y despidiéndose del cuerpo le está diciendo el último vale, hasta la resurrección. Y pues extendidos los brazos os miro, Padre amoroso, y que de vuestra clemencia tengo tantas demostraciones. En vuestras manos encomiendo mi espíritu; pues Vos, siendo un Dios verdadero, habéis sido mi Redentor».
Sin embargo, desgraciadamente, su creación más osada, sus actuaciones sociales y el hecho de que su obra oscila entre el más profundo poema religioso y la obra de sensualidad casi procaz o el lenguaje mundano, hizo que su notoriedad se centrara más en esta última visión de la vida, pasando por alto su creación religiosa, como también se ha notado en exceso en este año en su honor.
El rector de Vallfogona fue un hombre de Dios, como tantos han llenado nuestros pueblos a lo largo de las centurias. Hombre de su tiempo, inmerso en la mentalidad barroca, pero un hombre de Dios. No era un personaje llamado «rector de Vallfogona», era el Padre Vicenç Garcia.
Vuestro,