Fecha: 17 de diciembre de 2023
En los escritos, en los discursos o en las conferencias se han utilizado con frecuencia imágenes que ayudan a comprender una explicación o un razonamiento o desvelan con más facilidad el sentido que se ha querido ofrecer para aclarar un concepto o una idea.
En la Biblia hay abundantes imágenes que son patrimonio inmaterial de la humanidad y han pasado en el transcurso de los tiempos a formar parte de nuestro imaginario que posibilita la convivencia. Con frecuencia son utilizadas para completar una referencia familiar o para explicar un conflicto universal. Seguro que todos vosotros habréis recurrido alguna vez a una imagen bíblica. Os propongo para este tiempo de Adviento dos palabras, que son como el haz y el envés de una hoja o la cara y la cruz de una moneda, que encabezan el título de este comentario dominical.
El término desierto aparece como el lugar del pueblo judío en su camino hacia la tierra prometida, también como una realidad amenazante de los profetas; asimismo el precursor del Mesías, san Juan Bautista, vive en el desierto; el propio Jesucristo se retira para hacer penitencia al desierto. También cuando preparamos la Navidad surge este término varias veces como una invitación temporal a la soledad, al desprendimiento, a la mortificación y a mil actitudes distintas que nos permiten adecuar nuestro interior al seguimiento de la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte en cruz.
Desierto es un lugar despoblado, solo, inhabitado, es un territorio arenoso o pedregoso, que por falta casi total de lluvias carece de vegetación o la tiene muy escasa. Con estas características la descripción nos sugiere escasez, soledad y muerte. Lo contraponemos a la otra palabra del binomio, vergel, que es un huerto con variedad de flores y árboles frutales, con agua abundante para dar vida a los seres vegetales, animales y al mismo ser humano. En nuestra vida se entremezclan ambas realidades que debemos aprovechar para crecer y madurar las consecuencias de nuestra cercanía con Cristo. Hablamos del desierto como un momento del Adviento, de la preparación que requiere una mirada a nuestro ser, un olvido de elementos banales que circulan a nuestro alrededor y una búsqueda incansable de la verdad que trae el Nacimiento. Hablamos de vergel como el lugar donde brota la vida, la alegría, la felicidad que nos regala el propio Jesucristo con su venida.
Dentro de la tradición cristiana no es nunca una simple visión retrospectiva del acontecimiento que celebramos. No se trata de glorificar o llorar un pasado sin más. En la sucesión de los hechos el cristiano, la comunidad en general, advierte las constantes de Dios y del ser humano. El punto de salida, el camino, el desierto, la entrada en la libertad de la tierra que le ha sido prometida son una estructura de vida para todo creyente (pecado y gracia). Aquí hay un misterio de salvación válido para todas y cada una de las generaciones. Para todos los momentos de la historia. Recordad lo que dice el salmo 95: “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”. No se queda sólo en un lamento debido a la falta de fuerzas para preparar el sentimiento y la venida. Parafraseo el siguiente salmo que uno lo lee como si estuviera en un vergel, en un estado de alegría plena: cantad al Señor un cántico nuevo, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante Él en el atrio sagrado… aclamen al Señor que ya llega a regir la tierra.
Os invito a aprovechar todos los tiempos que Dios nos concede para nuestra edificación personal y para ponernos al servicio de nuestros hermanos.