Fecha: 7 de enero de 2024
Actualmente, la ciencia y la medicina son capaces de realizar trasplantes y desarrollar células madre para regenerar y reparar tejidos del cuerpo humano. Pero existe un médico divino que nos regenera del todo, que nos hace seres nuevos. Lo ha hecho dando su vida para que nosotros tengamos su misma vida y nos lo da a través del bautismo y de la fe, porque para recibir esta regeneración que nos hace ser hijos de Dios debemos creerlo y aceptarlo por la fe.
Celebramos hoy la solemnidad del Bautismo de Jesús y, al contemplar esta manifestación de la divinidad de Jesús y de la Trinidad, tenemos la oportunidad de reflexionar en lo que supone para nosotros. Nosotros, que a menudo vamos por la vida cansados y agobiados y que buscamos, pero no acabamos de encontrar el descanso, la luz, la vida verdadera que puede llenarnos.
Al finalizar el tiempo de Navidad en el que hemos celebrado y contemplado especialmente el misterio de la Encarnación, el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, las lecturas y la fiesta de hoy nos sitúan ante una decisión fundamental de nuestra vida. O perdemos el tiempo, las energías y el dinero con bienes que no nos sacian, o podemos acoger el don que Dios nos ofrece, el agua viva y el alimento verdadero que nos pueden saciar y alimentar, y que, además, ¡es gratis! Se trata de creerlo de verdad.
Y es que a menudo nuestro orgullo, nuestra obcecación, nuestros caprichos, nuestra voluntad pasan por delante del amor que Dios nos tiene. Queremos ser nosotros quienes encontremos la solución, queremos que brille nuestro mérito, que se vea nuestro esfuerzo, preferimos ser nosotros el centro. Pero nunca lo conseguimos, nos cansamos inútilmente, buscando sucedáneos de lo que no tiene sucedáneos, y nos agotamos porque no hay otro camino, otra solución para nuestra vida y para el mundo que la que el Padre que nos ama nos ofrece en su Hijo amado.
Hoy contemplamos ese don de Dios, que es su Hijo, Jesús. Se ha hecho mayor y ha empezado a presentarse a sus hermanos del pueblo judío, a reunir discípulos, va al río Jordán y se hace bautizar por Juan, y al salir del agua se manifiestan la inmensidad, el amor y la belleza de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Ese día, hoy para nosotros, en el río Jordán donde Juan bautizaba, empezó el verdadero bautismo, que no solo perdona los pecados, sino que nos da una vida nueva, la vida de hijos del mismo Padre de Jesús. Una vida que nos regenera, que nos hace del todo nuevos. Por eso aquella voz del Padre que se oyó en el bautismo de Jesús: «Eres mi Hijo, mi amado, en ti me he complacido» (Mc 1, 11), eso mismo también lo debemos sentir dirigido a nosotros, porque también nosotros somos sus hijos queridos, y el Padre se complace en todos nosotros, sus hijos. Pero es necesario que lo creamos en serio para que el bautismo que recibimos dé sus frutos.