Fecha: 18 de febrero de 2024
El pasado 14 de febrero empezamos el tiempo de la Cuaresma con la celebración del Miércoles de Ceniza. Ya estamos, pues, adentrados en estos 40 días cuaresmales que preparan para la celebración del Triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Cada año por estas fechas se nos impone la ceniza en la cabeza con las palabras del celebrante que nos dice “Conviértete y cree en el Evangelio”(Mc 1,15), o bien aquel otro texto sugestivo de la Biblia “Acuérdate que eres polvo y que en el polvo te convertirás” (Gn 3,19).
Pero si bien todo esto es cierto, también lo es que nunca llegamos a entrar del todo en este misterio de la conversión de nuestro corazón, de girarnos del todo a Dios, de dejar nuestras preocupaciones, preferencias, criterios, manías, todo lo que nos separa del Señor. Éste es un objetivo jamás alcanzado, ya que siempre necesitaremos la conversión.
En este Domingo primero de Cuaresma contemplamos el pasaje evangélico de las tentaciones, este año según el evangelio de San Marcos. En este texto, después de la breve referencia a las tentaciones, vemos cómo Jesús empieza a predicar la Buena Nueva de Dios con las mismas palabras que escuchábamos el Miércoles de Ceniza: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1 ,15).
Como sabemos, además de ser un tiempo de conversión, tiempo de revisar nuestra vida, tiempo de repensar y replantear las cosas para hacerlas más de Dios, siempre con la ayuda de su gracia, también es un tiempo que está unido al bautismo y a su preparación, el catecumenado. Así empezó, de hecho, la cuaresma.
En las primeras Vísperas del primer Domingo de Cuaresma, este sábado 17 de febrero en nuestra Catedral se lleva a cabo el rito de elección de los catecúmenos, adultos que se preparan para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Vigilia pascual o durante el tiempo de Pascua que se acerca. Es hermoso y estimulante como obispo, pastor de la diócesis, y también para todos vosotros, diocesanos, ver cómo hombres y mujeres adultos de nuestro tiempo deciden dar el paso valiente de profesar su fe, reconocer a Jesucristo como su Salvador, prepararse para recibir el Bautismo.
En la segunda lectura de este domingo, San Pedro recuerda que el agua que salvó a Noé y su familia en el arca era prefiguración, anuncio, de las aguas del bautismo, inauguradas por Jesucristo, que salvan a todos los que están dispuestos a recibir la gracia y la vida eterna que sólo Él da.
Pidamos insistentemente al Señor la gracia de la conversión de nuestros corazones, pidámosle que nos abra el entendimiento y el corazón para considerar, comprender y vivir, qué bautismo nos ha purificado, qué espíritu nos ha regenerado y qué sangre nos ha redimido.