Fecha: 25 de febrero de 2024
Estimadas y estimados, «No nos dejes caer en la tentación» es la sexta petición del Padrenuestro. Fijémonos que no le pedimos a Dios que nos libre de las tentaciones, sino que no nos deje caer en ellas.
Esta es la plegaria de los pobres de espíritu, de aquellos que sienten en la propia carne su debilidad, que reconocen su condición humana inclinada de manera instintiva a ofender a Dios. Estos son, sin embargo, los pequeños del Reino, aquellos que confían en el amor misericordioso de Dios y saben que solo de Él viene la fortaleza para resistir. Con esta plegaria, pues, el Maestro nos quiere proteger de la autosuficiencia y del orgullo, y nos quiere enseñar a ser como niños que todo lo esperan de su Padre.
Es evidente que la tentación no nos la pone Dios, como si quisiera hacernos la zancadilla, sino que nace de las pasiones y los desórdenes de nuestro corazón. Estamos ante la gran cuestión del mal en el mundo. Y, aun así, Dios lo aprovecha para adiestrarnos en la lucha y en el combate, porque la instauración del nuevo Reino necesita de nuestra adhesión libre y firme.
De una manera sorprendente, Jesús, el Hijo predilecto, también es tentado a lo largo de su vida. Precisamente en el evangelio de la semana pasada se narran las tentaciones de Jesús en el desierto, justo después de haberse solidarizado con el ser humano poniéndose en la fila de los pecadores. Así, «al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2Co 5,21), enseña donde radica la tentación fundamental.
El Diablo ataca directamente la manera de hacer de Dios. Según la mentalidad mundana, la filiación divina de Jesús tiene que ser demostrada a través de signos poderosos, como por ejemplo convertir piedras en panes, dejarse caer del templo y no sufrir daños, o dominar toda la tierra desde el poder del mundo. Curiosamente Jesús tiene todos estos atributos, pero no a la manera del mal y del egoísmo, sino a la manera de Dios, es decir, como servicio y donación de vida por amor.
Vencido por la clarividencia del Maestro, el Diablo guarda la estrategia para más adelante, cuando pueda hacer todavía más daño al proyecto divino. Y vuelve a aparecer en Getsemaní, cuando, ya cansado y angustiado, Jesús se enfrenta a su futuro inmediato, que prevé como humanamente desfavorable. El fuerte combate del Maestro en Getsemaní va de nuevo encarado a la mentalidad del Reino. ¿Cómo es posible que sus enseñanzas y sus obras desemboquen trágicamente en su detención y crucifixión? ¿Cómo es posible que su proyecto a favor de los seres humanos, un proyecto que ha entendido siempre como misión de parte del Padre, acabe absurdamente en la nada?
Ante esto Jesús solo tiene un arma: poner toda su persona en manos del Padre y comprender que la obediencia filial pasa por renunciar a todo, a él mismo, hasta el extremo. ¿No será, pues, la confianza en Dios y el abandono en sus manos, el antídoto de toda tentación? Cuando recemos esta petición, pues, hagamos nuestras las palabras de Santa Teresa del Niño Jesús: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor».
Vuestro,