Fecha: 7 de julio de 2024

Durante los meses de verano, las carreteras y autopistas se llenan de coches debido a las vacaciones. Por eso, es necesario que reflexionemos un poco sobre cómo conducimos y cómo compartimos la vía pública con los demás. Sabemos que tenemos el deber cívico y moral de conducir bien, con prudencia y respetando las normas de tráfico en beneficio de todos los usuarios de este espacio común, pero no siempre lo hacemos.

Hace años, la Conferencia Episcopal Española instituyó la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico, que se celebra cada año coincidiendo con el primer domingo de julio. Es una iniciativa que quiere promover la seguridad vial. Este es un reto muy importante que se añade a las campañas institucionales de concienciación que se llevan a cabo. Desde la Iglesia se quiere incidir en una cuestión de conciencia, en el valor que damos a la vida.

Según dicen los expertos, la mayoría de los accidentes de circulación se deben a errores humanos: velocidad excesiva, adelantamientos prohibidos, incumplimiento de las señales de tráfico, exceso de alcohol, uso del móvil, etc. Errores que deberían ser evitables si todos fuéramos conscientes y tuviéramos la convicción de que la vida es un bien precioso que debe respetarse siempre.

«La vida humana ha de ser tenida como sagrada –nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica–, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin.» (CEC, n. 2258). Esto mismo es lo que el papa san Juan Pablo II subrayó en su encíclica Evangelium vitae diciendo que «el Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús» (N. 1) y añade que «el hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación en la vida misma de Dios» (N. 2).

En el apartado del Catecismo dedicado al quinto mandamiento –«No matarás» (Ex 20,13)– hay una reflexión sobre el respeto a la vida humana y lo que puede serle perjudicial. Se refiere a toda clase de excesos: el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de los medicamentos (cf. CEC, n. 2290). Estos excesos nos perjudican y algunos pueden provocar accidentes, por ejemplo, cuando conducimos en estado de embriaguez o con exceso de velocidad. Tanto nuestra vida como la de los demás son un don de Dios y todos somos responsables, no solo de nuestra vida, sino también de la de los demás, y estamos obligados a evitar todo lo que pueda dañarla o suprimirla.

Queridos hermanos y hermanas, las carreteras son vías de comunicación que nos permiten llegar a muchos lugares. Circulamos por ellas para ir al trabajo, para visitar a personas, para conocer nuevos entornos; en definitiva, lo hacemos por necesidad, pero también por placer. Que san Cristóbal («el que lleva a Cristo»), patrón de los conductores y protector de los viajeros, nos acompañe siempre en nuestros trayectos y viajes.