Fecha: 28 de julio de 2024
Estamos repasando los momentos de la vida ordinaria donde querríamos que Dios, el Dios de Jesucristo resucitado, estuviera vivo y presente.
Hoy, nuestro propósito parece demasiado evidente y no habría que hacer más explicaciones. Querríamos subrayar que Dios tiene que estar presente y vivo en la plegaria ordinaria. ¿Está justificada esta intención? Sin duda, en primer lugar quisiéramos que la plegaria formara parte naturalmente de la vida más cotidiana. Por otro lado, desgraciadamente a veces el Dios vivo no está presente en aquellos momentos que denominamos ‘oración’. Si estos momentos no pasan de ser mera introspección o bien una simple rutina, Dios difícilmente estará, como Dios vivo.
Cómo sabemos, la oración tiene momentos específicos en los cuales somos conscientes y libres. Pero también tiene momentos que denominamos ‘la plegaria’ o ‘la oración constante’, aquel tono vital, aquel hábito que nos permite decir: vivo en presencia de Dios. La plegaria es cuestión de amistad y la amistad igualmente tiene sus momentos de más conciencia, más íntimos; y momentos de vida de amigo ordinaria, sin que podamos decir que estos momentos son de más amistad que aquellos otros. Para nosotros, los momentos de conciencia de amistad son preciosos, pero no querríamos que la amistad se limitara en estos momentos específicos. Cuando la amistad nace de la declaración de la conciencia viva del amor, busca traducirse en todos y cada uno de los momentos más ordinarios de la vida. Casi diríamos que aquellos momentos ordinarios hacen verdad y demuestran la autenticidad de aquellos otros momentos conscientes y explícitos.
Las vacaciones también son momentos especiales y en ellos, por el hecho de tener la oportunidad de distribuirnos el tiempo, de no estar regulados a la fuerza, pensamos que es un tiempo adecuado para la oración tanto específica y extraordinaria como ordinaria en la vida. Pero tendríamos que advertir que jugamos con un concepto de vacaciones que no es mera evasión (aunque también la necesitamos). Las vacaciones son un tiempo disponible, sobre todo para rehacernos, quizás reorientarnos, un tiempo también para disfrutar de lo más trascendente: la belleza, la amistad, la cultura, la alegría compartida, el diálogo, la propia ilustración. Es por eso que hoy pensamos que hay que recuperar la oración, y en ella, la presencia de Dios.
De hecho, hay quien aprovecha este tiempo libre de vacaciones para intensificar, y disfrutar, de la oración con Dios. Sería una lástima que esta recuperación de la amistad viva con Dios no llegara a ser también ordinaria en el tiempo de descanso. También las experiencias que aporta el tiempo de vacaciones son muy adecuadas para que la plegaria salga del corazón casi de una manera espontánea, ante experiencias, como por ejemplo, un momento de alegría compartida, la captación de un paisaje impresionante, el conocimiento de nuevos amigos, el goce del deporte y de las comidas, el viaje en sí mismo o los largos momentos de relajación y descanso.
Quien tiene el corazón dispuesto, es decir, abierto a la presencia de Dios vivo, experimenta el sentirse constantemente, ordinariamente, acompañado por la presencia de Dios y de su amor cada día y cada instante. El mundo le parece verdadera casa del amor de Dios, incluso cuando este mundo refleja situaciones de sufrimiento. También este sufrimiento ha de tener en nosotros un espacio en el recuerdo, porque el privilegio de las vacaciones no nos puede hacer olvidar que Dios está presente sobre todo en aquellos que sufren.