Fecha: 11 de agosto de 2024

En medio del verano celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, una de las fiestas más antiguas de Santa María. Tanto las Iglesias de Occidente como las de Oriente celebran con alegría esta fiesta el 15 de agosto.

A pesar de la antigüedad de esta fiesta, la proclamación de la Asunción de María como dogma es bastante reciente; el dogma fue definido por el papa Pío XII en el año 1950. El Concilio Vaticano II reafirmó esta verdad de fe: «La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mácula de pecado original, acabado el curso de la vida terrenal, fue asunta a la gloria celestial en cuerpo y alma» (Lumen gentium, 59).

Esta fiesta mariana nos puede ayudar a reflexionar sobre el futuro de nuestra existencia en el más allá. Los cristianos creemos que, tras la muerte, viviremos en la gloria de Dios. Nos precede Santa María, glorificada en cuerpo y alma en el cielo. Ella participa de la resurrección de Cristo, porque lo acogió en su seno y siempre puso en práctica la Palabra de Dios. Ella siempre le fue fiel.

María es la madre que nos acompaña, que nos mira con ternura y nos escucha. Ella fue la primera creyente, la primera discípula de Jesús, y nos invita a conocerlo y a hacer lo que Él nos diga. Ella nos conduce amorosamente al encuentro con Jesús, porque solo en Él encontraremos la salvación. Ella brilla, es la estrella que acompaña y guía al pueblo de Dios. Acudimos a ella en medio de las dificultades para encontrar consuelo. Ella es luz y esperanza en nuestro camino hacia la casa del Padre. Ella nos abraza y hace este camino más plácido.

Ciertamente, María nos acoge cuando estamos desvalidos y atemorizados ante la desgracia y la muerte. Ella nos sostiene como sostiene a su hijo muerto en su regazo. Este conmovedor momento ha quedado inmortalizado a lo largo de la historia en diversas obras de arte llamadas La Piedad. Seguramente todos tenemos en mente la preciosa escultura de La Piedad de Michelangelo que se encuentra en la basílica de San Pedro del Vaticano. Cuando observamos esta obra maestra, nos conmueve. También nos puede sorprender la serenidad y paz del rostro de María ante Jesús muerto, pero aquí radica la fortaleza y el equilibrio de esta madre, madre de todos. Y a pesar del dolor, ella sabe que su hijo vive para siempre. Esta fe y esperanza la llenan de equilibrio y serenidad. Esto es lo que nos transmite María cuando nos dirigimos a ella, cuando la miramos y nos dejamos mirar por ella.

En el próximo Año Jubilar, el papa Francisco desea que los santuarios marianos sean lugares santos de acogida y espacios privilegiados que generen esperanza. En nuestra diócesis, muy cerca de nosotros, tenemos varios santuarios por descubrir, si aún no lo hemos hecho. Nos sentiremos acogidos y aliviados por una madre afectuosa que nos ama, comprende y consuela. Una madre que nos empuja a encontrarnos con Jesús y a servir a los hermanos más vulnerables.

Queridos hermanos y hermanas, en la proximidad de la solemnidad de la Asunción de Santa María, pidamos a la Virgen María que nos ayude a confiar más en Dios. Ella siempre está con nosotros, nos cuida con su amor e intercede por nosotros.