Fecha: 8 de septiembre de 2024

Se ha inaugurado la celebración del Milenario del Monasterio de Montserrat. Esta celebración que se inicia ahora y concluirá en diciembre del 2025 tiene una significación muy especial para nuestra Iglesia.

Sin duda no se puede entender la historia de la Iglesia en Catalunya, y más allá de Catalunya, sin tener presente Montserrat y su irradiación espiritual. Hasta el punto de que Montserrat no se puede considerar un añadido circunstancial a nuestra Iglesia, sino que forma parte consustancial de ella.

Como tantas realidades de Iglesia, y ella misma, Montserrat está sometido a las miradas de todo el mundo. No puede ser de otra manera, ya que la Iglesia no es una secta, sino que estamos puestos ahí, “para espectáculo del mundo”, en el sentido genuino de esta palabra. Estamos para ser vistos, como luz y ser recibidos como sal que busca penetrar el mundo ofreciendo sabor y vida.

Montserrat, teniendo en su centro a María, como la primera comunidad que esperaba orando el Espíritu de Pentecostés, ha sido y sigue siendo “para Dios y su gloria”. El carisma benedictino que acompaña, guarda y sirve, a la presencia eclesial de María ha logrado irradiar su testimonio iluminador y su presencia estimulante en medio del Pueblo de Dios. Todo aquello que es y significa la Madre de Dios en medio de este Pueblo peregrino, primera discípula y realización plena del Evangelio en el mundo, viene testimoniado y ofrecido “sacramentalmente” en Montserrat para beneficio de nuestra Iglesia y del mundo.

De manera que Montserrat es un gran regalo que recibimos de las manos generosas de Dios. Porque María es toda ella un don. Llena de gracia, plena del Espíritu de amor de Dios, fue ofrecida a Jesús como madre, y Jesús, desde la Cruz, nos la regaló en la persona del discípulo amado, San Juan.

Podríamos decir que esto representa el corazón de Montserrat, eso en sí mismo invisible, pero manifestado en signos y más real que cualquier otra consideración se pueda hacer.

Pero todo corazón, todo misterio interior, de cualquier realidad verdadera de Iglesia late para Dios y, haciéndolo, late para la Iglesia y para el mundo. En Montserrat la vida litúrgica está impregnada de la vida de la Iglesia y del mundo. Mientras los monjes cantan los salmos, esta vida eclesial y las vicisitudes de la humanidad más concreta, están allí presentes, muchas veces de una manera explícita, pero siempre en la intención de la plegaria.

Por eso Montserrat hoy nos aparece como una realidad eclesial abierta al mundo. Esto no es nada extraño a la tradición benedictina. Pero, además, reconocemos esa apertura al mundo según el modelo de un humanismo que se desprende de la manera como Dios ha querido salvar al mundo. Dios escogió una humanidad concreta para ser presencia eficaz de su salvación: la humanidad misma de Cristo y de todo lo que acompañó a su realización entre nosotros. La Virgen María en primer lugar y, en ella, toda una humanidad inabarcable, capaz de acoger en su pobreza y su humildad la inmensidad del misterio.

Mil años de presencia en medio de nuestra Iglesia, acompañando desde dentro el caminar del Pueblo peregrino. Alabemos a Dios y démosle gracias. Pidámosle que nunca nos falte esta presencia y que la recibamos como uno de sus más apreciables regalos.