Fecha: 15 de septiembre de 2024

Estimadas y estimados. En su extensísimo Comentario a los Salmos, hay un momento donde san Agustín se detiene a hablar de elogios y críticas dentro de la comunidad eclesial (Enar. in Psalmos 99,12). Por su actualidad, hago una glosa de este pasaje.

Muy a menudo ―afirma san Agustín―, la Iglesia de Dios recibe elogios. ¡Qué buena gente hay entre los cristianos! Se aman, se ayudan. Los veréis que rezan, que ayunan, que sirven desinteresadamente y, en todo el mundo, viven en paz y concordia y alaban Dios. Alguien que no haya oído hablar de los cristianos malos que hay mezclados entre los buenos, atraído por los elogios, entra en la congregación de los hermanos. Entonces topa con los malos que no le habían avisado que estuvieran. Y, entonces, ¿qué hace? Escandalizado por los cristianos malos, huye de la compañía de los buenos. Se dedica a criticar y a maldecir: «¡Como son los cristianos! Pero, ¿hay cristianos? Son avaros y usureros. Mirad los teatros, los anfiteatros, los circos y los espectáculos indecentes. Los veréis llenos de la misma gente que en las fiestas llenan las iglesias. Son borrachos, glotones, envidiosos y se muerden los unos a los otros».

Sí, hay cristianos así; pero no todos lo son. Añade el obispo de Hipona: «Ciego y desconsiderado, el detractor de los cristianos, calla como un muerto de quienes son buenos y dan buen ejemplo. El otro, en cambio, el adulador incondicional, nada decía de los malos».

Para una visión adecuada, Agustín recurre al libro del Cantar de los cantares, y afirma: «La Escritura también alaba a la Iglesia de Dios, pero lo hace de otro modo. Dice: “Como rosa entre espinas es mi amada entre las mozas” (Cant. 2,2). Con esta medida, el hombre lo siente. Lo considera y se lo piensa. Entra, porque le gusta el lirio, y tiene paciencia con las espinas».

Esto también pasa con los ministros ordenados. Quienes los elogian solo saben hablar de quienes son de su cuerda. Dicen que son generosos y muy dispuestos, y cumplen con celo y sacrificio las obligaciones del ministerio. En cambio, de los otros «desenmascaran su avaricia, sus vicios y peleas, y los ponen de vuelta y media».

«Fijaos en los conventos», prosigue san Agustín. «¡Qué buen ejemplo la vida comunitaria de los hermanos! Llevan una vida santa, dedicada a la oración litúrgica, al progreso espiritual, al estudio y al trabajo manual. ¡Qué piedad, qué caridad más excelsa y fraternal se practica en los conventos!». Pero, añade el obispo de Hipona, quien entre, «encontrará que el viento, a veces, también entra al puerto y hace que las naves choquen entre ellas y se estrellen». «Entonces, quien elogiaba a los monjes dirá: “¿Quién me ha hecho venir aquí? ¡Yo me pensaba que había caridad!” Y, irritado por las molestias de unos cuántos, romperá los votos y se hará desertor del santo propósito».

Y acaba diciendo san Agustín: «Saldrá del convento y lo difamará por todas partes. ¡Y quizás no dirá mentiras! Pero se limitará a hablar de los inconvenientes que ha sido incapaz de tolerar. Desaconsejará a todo el mundo de entrar […]. Ponderará hasta el límite todo lo que él no podía sufrir y callará todo aquello que los otros tenían que sufrir de él». Ya lo dice el libro del Eclesiástico: «¡Ay de vosotros, los que habéis perdido la esperanza!» (Eclo. 2,14).

Vuestro,