Fecha: 29 de septiembre de 2024

Estimadas y estimados, como un nuevo signo de los tiempos, no se puede negar que hay una parte importante de la población mundial que está en movimiento, de un lugar a otro, ya sea para encontrar oportunidades de vida digna, para huir de las violencias y las guerras o para asegurarse su propia vida. Son las personas migrantes. «Dios camina con su pueblo», este es el lema de la «Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado» que tiene lugar en este último domingo de septiembre. El papa Francisco, en su mensaje para esta jornada, afirma: «Del mismo modo que el pueblo de Israel en tiempo de Moisés, los migrantes huyen a menudo de situaciones de opresión y abusos, de inseguridad y discriminación, de falta de proyectos de desarrollo. Y como los hebreos en el desierto, también los migrantes encuentran muchos obstáculos en su camino: son probados por la sed y el hambre; se agotan por el trabajo y la enfermedad; se ven tentados por la desesperación».

Muchos, se ven obligados a salir de su país, anhelando una vida digna. Hace pocos días, el diario hablaba de la situación del Senegal, donde el precio del arroz ―el alimento básico de los pobres― se ha encarecido un treinta por ciento, la vida se ha vuelto extremadamente cara y donde cada día hay más jóvenes que quieren emigrar a las Islas Canarias. En las playas de la zona de Saint-Louis, cada día más jóvenes tratan de ahorrar los 600 euros que de media cuesta conseguir una de las 200 plazas de los cayucos que salen desde el Senegal sobrecargados de personas. Cuanto más al norte, desde Mauritania o Marruecos, el precio aumenta y puede llegar a los 2.500 euros por persona.

En nuestro país, el tema de las migraciones se nos presenta y se vive muy a menudo como un problema. Y sí, es un problema; lo es básicamente porque la casi totalidad de personas afectadas, se ven obligadas a migrar, se ven obligadas a marchar de su hogar. Son migrantes forzados. Y esto significa que el problema no es, en ningún caso, las personas, sino que el problema está en las situaciones y las causas que obligan a las personas a marchar, a huir de casa, a abandonar lo que es suyo. Migrar es un derecho, pero también lo es no tener que migrar forzadamente.

Una vez han llegado a nuestra tierra los tenemos que acoger y estimar con solicitud. En nuestras parroquias cada vez participan más personas provenientes de otros países. Dan vida a muchas de nuestras comunidades. Curiosamente, cada vez tenemos más vocaciones tanto laicales, como religiosas o sacerdotales provenientes de fuera. Todas ellas son un bien y una gracia para nuestra Iglesia de Tarragona. Por lo tanto, no hacemos una pastoral «para» ellos, que significaría que nos situamos a distancia y nos miramos el fenómeno migratorio como una cosa que nos viene desde fuera, sino que proponemos una pastoral y un trabajo «con» las personas migrantes que vienen a vivir a nuestra propia tienda. Por este motivo, este mes hemos creado en nuestro Arzobispado un Secretariado para la Pastoral con los migrantes.

Tenemos que apostar por una cultura del encuentro, por unas comunidades acogedoras, por la plasmación de la catolicidad y la misión que, como Iglesia, tiene que ser realmente universal, es decir, no puede tener fronteras. Porque «Dios camina con su pueblo», sin distinguir la raza o la lengua.

Vuestro,