Fecha: 6 de octubre de 2024
Hace algunos años el teólogo católico Walter Kasper escribió, a manera de ensayo, un libro, muy interesante y oportuno, titulado El futuro desde la fe. Cuando salió publicado la preocupación que nos inquietaba era la misma: saber vivir el futuro desde el presente. El motivo por el cual este teólogo hizo su aportación era algo distinta. Él veía que desde la Iglesia debíamos responder al hecho de que la cultura y la vida social de entonces miraban el futuro con un optimismo ingenuo y superficial, incluso entre los seguidores de un marxismo renovado, de rostro humanista. Con él dialogaban algunas teologías que impulsaban la acción y el compromiso político, impregnando no pocos proyectos y acciones pastorales.
Nosotros, como venimos diciendo, estamos preocupados también por este optimismo superficial, ya que sigue vivo entre nosotros, aunque más como sentimiento que como una ideología fundamentada. Pero nuestra preocupación nace, sobretodo, del miedo, de la sensación de debilidad y de impotència ante un futuro que apenas podremos dominar. La guerra y otros «fracasos» de la humanidad, están ahí. Y también los logros. Ese gran avance de la ciència que denominamos «Inteligencia artificial» está provocando más inquietudes que satisfacciones: ¿en qué manos caerá este gran poder?, ¿quién y para qué se usará?…
El caso es que las aportaciones del teólogo citado hoy son igualmente válidas: es el momento en que desde la fe sepamos dirigir una mirada evangèlica hacia el futuro. Especialmente para superar el miedo paralizante y despertar el gran potencial que tiene la fe cristiana en vistas a seguir caminando y hacer caminar la historia humana.
Entre otras cosas dice:
«La mirada cristiana (esperanza) ni es la predicción de acontecimientos históricos ni la utopía proyectada sobre el futuro. No es ningún saber oculto, però sí una certeza sobre el misterio del futuro, una seguridad última en el amor de Dios, del que, según san Pablo, nada ni nadie nos podrá separar… El futuro absoluto de Dios ni sofoca, ni violenta, ni reemplaza el futuro histórico del hombre, sino que lo libera y alienta.»
La referencia bíblica fundamental es, pues, aquel texto de san Pablo en la Carta a los Romanos:
«Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, y de quienes él ha llamado de acuerdo con su propósito… ¿Qué más podríamos decir? ¡Si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros!… ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la muerte violenta…? Como dice la Escritura: “Por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte; nos tratan como a ovejas llevadas al matadero”. Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquél que nos amó» (8,28-38).
Como se ve, la mirada del cristiano hacia el futuro no excluye la eventualidad de la angustia, la persecución, la enfermedad, etc. todo lo que hace sufrir y provocar nuestros miedos. Nuestra esperanza no es una ilusión ciega. Se basa únicamente en esa certesa en el amor que Cristo nos ha asegurado.
Así mismo la mirada del cristiano hacia el futuro no excluye la acción en el presente. Porque el amor a Cristo, ese amor que se nutre de la fe, es activo. Brota del seguimiento fiel y de la vida que se desprende de él, en todos los ámbitos de la existencia: desde la relación directa con Dios en la oración y el culto, hasta la acción en el mundo social, personal, cultural o político.
El futuro sigue escapando a nuestro dominio absoluto. Pero está en las manos más fiables y poderoses que las nuestras.