Fecha: 20 de octubre de 2024

Estimadas y estimados. «Id e invitad», este es el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año. Hace referencia a la parábola evangélica del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14) cuando, después de que los invitados hubieran rechazado la invitación del rey, este dice a sus sirvientes: «Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda» (Mt 22,9). De esta parábola, afirma el papa Francisco en su mensaje, se pueden destacar «algunos aspectos importantes de la evangelización, los cuales resultan particularmente actuales para todos nosotros. «Id e invitad», dos verbos que «expresan el núcleo de la misión». Hay que recordar que, en la parábola, «anteriormente los sirvientes habían sido ya enviados a transmitir el mensaje del rey a los invitados» (cf. v. 3-4), pero no habían sido escuchados. Esto nos indica que no nos tenemos que desalentar nunca, sino que incansablemente tenemos que ir «hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios». Este es el trabajo misionero, tanto aquí como en los llamados «países de misión».

Hoy es una muy buena ocasión para agradecer a los veintidós misioneros y misioneras de nuestra diócesis que, respondiendo a la llamada de Cristo, lo han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente. Cómo afirma el papa, «vuestra generosa entrega es la expresión tangible del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19)». Tenemos que continuar «rogando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra».

Si hace cuarenta años los misioneros eran personas de nuestra tierra que iban a países lejanos, hoy cada vez son más los creyentes de estas Iglesias jóvenes que, con las oleadas de la inmigración, o por sus numerosas vocaciones, vienen a evangelizar a nuestras propias diócesis. En Tarragona, cada vez hay más vocaciones laicales, religiosas o sacerdotales provenientes de otros continentes. Hay que decir que son un don y una gracia de Dios, ante la modorra y el desencanto de muchos de los nuestros.

¿Qué nos dan las Iglesias de los países pobres, las cuales suelen coincidir con los países hasta ahora llamados de «misiones»? Además de las vocaciones que, como acabo de mencionar, aportan aire fresco para nuestra Iglesia diocesana, podemos aprender muchas cosas. A modo de ejemplo, de las Iglesias latinoamericanas, su gran interés para una formación bíblica, el compromiso en defensa de los pobres, o la participación festiva en el culto. De las Iglesias jóvenes de África podemos aprender el sentido cálido de la celebración de la vida como un regalo de Dios, el protagonismo acentuado de los laicos en la evangelización y el esfuerzo de una Iglesia que ―a pesar de su pobreza― está pasando de evangelizada a evangelizadora. Y, de las Iglesias de Asia, la reflexión sobre la acción del Espíritu en el mundo, el respeto y el amor profundo a la naturaleza, o el aprecio del silencio para interiorizar la persona y contemplar la acción de Dios. Se trata de una riqueza que expresa la profunda catolicidad de la Iglesia, precisamente por el hecho de ser misionera (cf. Vaticano II, AG 2) y, al mismo tiempo, nos pone en camino hacia un mundo sin fronteras.

Vuestro,